sábado, agosto 06, 2011

El Lorraine y su época, II

Pablo De Vita, en el blog del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, recuerda al Lorraine y su época. Vale la pena reproducirlo (nunca se sabe cuánto durará un escrito en Internet):
“La década del ‘60 fue el momento más lindo que tuvimos en el cine. De una juventud envidiable e inquieta, preocupada por los valores humanos y artísticos.  No sólo fue en el cine, sino también en la pintura, literatura… fue un movimiento general. Me acuerdo del  Di Tella,  que era muy famoso, un centro de reunión.  La calle Corrientes era una calle “culturosa”,  con mucho esplendor en los comienzos del Lorraine y las otras salas… entonces tenía un público muy específico. Era llamada “la calle que nunca duerme”,  porque daban las tres de la madrugada  y la gente todavía estaba discutiendo la problemática del cine y del teatro. El teatro independiente estaba en su esplendor. Todo era maravilloso,  yo siempre evoco ésa época con mucha nostalgia…pero… lamentablemente el tiempo se lleva las cosas y estas jamás vuelven ni se repiten”.


Palabras de antiguo boletero,  posterior exhibidor y, sobre todo, amante incondicional del  cine arte. De esa forma de hacer arte que encuentra su definición exacta en aquel recordado “Manifiesto de las 7 Artes”,  de Ricciotto Canudo, donde es jerarquizado (por vez primera) como el séptimo pero no por ser el menos importante sino el más reciente. Un proceder para hacer cine y ver cine. Una forma que – según Alberto Kipnis – jamás volverá, pero que dejó su sello (el séptimo, quizás) indeleble en toda una generación.              .
Un “séptimo sello” que proyecta a un realizador sueco muy poco conocido (siendo generoso con ese gigante ya intemporal llamado Ingmar Bergman), en el primer ciclo de revisión a su obra realizado en el mundo. Uno entre tantos otros como los que programaba Alberto Kipnis.
“Fue una etapa que había empezado en el ’55, con el Lorraine. En el ‘58 realizamos la primera revisión del ciclo de (Ingmar) Bergman, ya que había una juventud ávida por conocer todo el nuevo movimiento que se estaba produciendo, con directores que más que directores eran autores de las películas. Era la época de Godard, Truffaut, Alain Jessua… estaban apareciendo Antonioni, Fellini… Creo que son todos grandes maestros, de una estatura que nunca más se  va a repetir  y, sobre todo,  por la temática que ellos utilizaban y que era tan afín a lo que nosotros estabamos viviendo.”
Y las vivencias son distintas, pero todas unidas a ese extraño amor que se proyecta en 35mm y permitía ver, por ejemplo, el desnudo legendario de Heddy Lamarr en la película checoslovaca “Extasis” (Extase, de Gustav Machaty -1933-), o descubrir y redescubrir hasta el hartazgo o la fascinación – según las cualidades intelectuales del espectador de turno- “El Acorazado Potemkim”, dentro de una retrospectiva integral a la obra de Sergei Eisenstein (o Sergio según los programas de época).  Se incluía “como yapa”  “Sergio Eisenstein, vida y obra de un genio” (Sergei Eisenstein, de V. Katanian – 1958-) , junto a cortos basados en la obra de Anton Chejov de realizadores como Irina Poplavskaia y Mark Kovaliov.
El destino hizo que Kipnis, a los 23 años,  desembocara en la boletería de un cine que ostentaba el nombre –casi pomposo- de Lorraine y se encontraba muy lejos de la programación que lo convertiría en leyenda.
Yo entré de casualidad al cine…  por esa época estaba trabajando en un banco y del banco pasé a trabajar en un hotel como recepcionista. Como yo no estaba afiliado al “partido” (en referencia al peronismo) me despidieron, y daba la casualidad de que el dueño del Lorraine quería dejar la exhibición y abrir una pizzería. Después, cuando yo empecé a trabajar en el cine,  estaban dando el Campeonato Sudamericano que se jugaba en Montevideo, y la pelea de Dogomar Martinez contra Kid Gavilán,  junto a “El trueno entre las hojas”. Y bueno… uno sentía mucha vergüenza de estar sentado ahí,  trabajando con ese tipo de material,  hasta que  surgió la idea de programar otro tipo de películas que pasaban sin pena ni gloria por las salas de estreno  y volverlas a exhibir.”
Junto al cine Lorraine, allá por 1956,  estaba la pizzería Tropicana  y el aroma de las  “grandes de muzzarella” era un éxito seguro frente a las películas abominables que se proyectaban en la sala. Sin embargo, Kipnis olía algo distinto y fue así como programó, siempre en su función de boletero y con autorización del dueño, un par de películas rusas que funcionaron y  enseguida un ciclo de cine francés que anduvo aún mejor.
Para ser precisos, el ámbito del Lorraine fue erigido en los años treinta con el objetivo de proyectar películas de calidad. En la empresa, se encontraban León Klimovsky, Elías Lapszenson (el dueño) y el recientemente desaparecido Rolando Fustiñana (Roland), definiéndola como “Cine Arte” -sin relación con el cine que tiempo después se inauguró en la tradicional galería, que conecta Corrientes con Diagonal Norte-.
Suele decirse que las cosas buenas duran poco. ¿Las buenas empresas acaso son una excepción?. Quién sabe, pero por suerte a veces tienen continuadores como Alberto Kipnis, quien con el Lorraine desarrolló un criterio absolutamente propio e innovador.     
“Las películas, tanto de Bergman como Antonioni o Godard, pasaban desapercibidas en las carteleras y nadie llegaba a verlas, hasta que se me ocurrió cubrir ese vacío con el Lorraine. Es decir, fui acumulando ese material, que se estrenaba y pasaba sin que el público se enterara. Así se fue creando una nueva corriente de público que las seguían y discutían.”
Contribuían a esa formación, casi académica, los programas del viejo Lorraine”; que nada tenían que ver con los que actualmente se reparten en  prácticamente todos los cines  que  “se toman la molestia” de imprimir programas. La novedad fílmica venía junto a otra de papel y consistía en las fichas técnicas de cada película, un lugar destacado para el realizador ( no tanto para los intérpretes), junto a su filmografía en orden cronológico, las frases más importantes de los críticos del momento (Ernesto Schoo, Manuel Martínez Carril, Mabel Itzcovich, Agustín Mahieu, entre otros), un intervalo musical y las próximas novedades, que  remitían a films de Bergman, Wajda, Antonioni, Comencini, Monicelli, Fellini, Visconti… ¡ uno por día, todos los días !
Poco despúes comenzaron las recordadas “Ediciones El Lorraine”, que seguían una línea editorial sencilla y profunda. Rústica rigurosa, pequeño formato pensado quizás para los “lectores del sobaco”, que gustaban pasear con libros bajo el brazo. Nombres muy puntuales para que el espectador pudiese tener una referencia global del director o del tema que se estrenaba. Los ya nombrados y  vueltos a invocar Bergman, Antonioni, etc.; ensayos sobre  cine polaco o los   Diálogos de Hiroshima Mon Amour (Alain Resnais -1958-), película exhibida tantas veces con enorme éxito, llegando éste a ser un suceso propio con  veinticinco ediciones.
En sus comienzos “cultos”  la sala era una coqueta, en esa etapa de la   decadencia que  remitía a los climas de Beatriz Guido: lindas butacas y murales con la firma de Leónidas Gambartes y López Claro,  mezclados con  paraguas que se abrían en la mitad de la función y no porque hubiera llegado el veinticinco de mayo, sino porque una tormenta porteña, que se colaba implacable por las grietas del techo, amenazaba cambiar radicalmente la programación. Todo esto se sumaba a las proyecciones que se realizaban con películas de nitrato,  material conocido -y temido- por su naturaleza altamente inflamable, y a proyectores que funcionaban  con el sistema de arco voltaico (o sea carbones que  generaban la luz por medio de un salto de chispa muy intenso).
Era peligroso, pero otorgaba otra nitidez y otro ‘calor’ a la película. Daba una sensación mucho más hermosa a la fotografía, porque la luz de la lámpara es fría y, en cambio, la luz de carbón era fuego que estaba dentro del proyector y que se producía cuando dos carbones se unían y provocaban la llama. Entonces la imagen tenía más densidad y más belleza, con la desventaja de que el carbón producía chispas provocando una  distorsión”.
Para quienes deseen saber un poco más sobre esto, valga como filmografía recomendada  Cinema Paradiso; allí el entrañable operador que anima Phillipe Noiret resulta quemado y cegado al incendiarse la cabina de proyección.
En 1954, arribó a la sala un cine-club llamado simplemente Núcleo. El prolegómeno  fue el suceso de la muestra de Bergman.  Kipnis señala:
“El público respondió fabulosamente y no dábamos abasto con la capacidad de la sala. Con Bergman, por ejemplo, si la función empezaba a las  trece, la gente ya estaba a las once. Cuando dábamos sala, ya estaba vendida la segunda sección. Llenábamos todas las vueltas ¡Era una barbaridad como respondía el público!  Y  siguió respondiendo durante muchos años, tal es así que quienes ahora peinan canas ¡cómo yo! (ríe), todavía recuerdan aquella época y recuerdan que significaba  el Lorraine.”
Volviendo a la historia del joven boletero, las mil personas por día, junto con las programaciones de cine independiente,  brindan a Kipnis la oportunidad  de dejar para siempre la boletería y hacerse cargo de la sala. Devenido empresario, recibe –por ejemplo- al embajador de  Checoslovaquia, que asiste orgulloso al estreno de una película de su país.
La  autodenominada “Revolución Argentina” -otra de tantas que no re- evolucionó nada – del General Onganía (La Morsa, según Landrú en  Tía Vicenta-) pasa por la vereda sin asomarse demasiado a la platea. Sin embargo, los avatares de un país que se convulsiona y degrada no dejan de “colarse sin pagar entrada” en el mítico reducto, con algo (por entonces) de isla de la fantasía versión psicobolche o quizás lugar de ensueño. Un lugar, a fin de cuentas, donde se podía soñar un mundo mejor.
“Hubo ráfagas de gobiernos civiles, como el de Illia, pero la regla era la represión. A mí, cada vez que iba a dar un ciclo de cine polaco o checoslovaco, venían y me pedían el nombre para ver quien era el responsable… como si uno fuera a hacer algo malo. Decían que habían puesto “gente” en la sala para que no ocurriera nada malo, y nadie tenía la menor intención de cometer actos subversivos. Era simplemente persecución  ideológica. Hacia fines de la década del sesenta coletazos de los hechos que se estaban produciendo en el país finalmente me alcanzaron: pusieran una bomba en el baño del Lorraine,  mientras se proyectaba ¡nada menos que “Roma Ciudad Abierta”!.  Nadie resultó herido, pero el baño quedó hecho añicos.”
Pero, Kipnis no se dejó ganar por la adversidad, y en 1966, adquirió un antiguo local bailable, el “Picadilly”. Ese lugar – que hoy ha vuelto a recuperar su nombre y rubro- es donde se creó el cine Loire.
“Lo hago con un criterio similar al Lorraine, pero  la diferencia radicaba en que era una sala de estreno. Bueno ahí se estrenaron películas que ya son clásicos indiscutidos como “Masculino-Femenino” de Godard o “Mouchette” de Bresson. Hoy día. ¿quien sabe quien era Bresson?, en este  fin de siglo al que estamos llegando. Bresson era un director ascético, difícil.  Lamentablemente filmaba   poco, hacía un cine para adictos sin protagónicos estelares, como eran también el de Jessuá  o el de Passolini con “Pajarracos y  pajaritos”, “El Evangelio según San Mateo y tantas otras películas maravillosas”.
Antonioni filmó  esa trilogía sobre la incomunicación: “La Aventura” – “La Noche” – “El Eclipse”, con la que teníamos un éxito constante de público y ahora volvió, viejo y casi inválido con “Mas Allá de las Nubes”; quedan todavía del viejo maestro todas las reflexiones sobre la problemática de la comunicación en la pareja.
Volviendo al tema de las “L”,  es muy claro… el sentido era el siguiente: cuando se crea el Loire, el nombre fue elegido por sorteo entre el público y el que ganó obtuvo como premio un carnet para ir gratis al cine durante un año. En esa sala batimos el récord de público con “El Romance del Aniceto y la Francisca” (Leonardo Favio -1967-)   - que convocó a 1922 personas para llenar apenas 270 localidades, se llenaron todas las vueltas y permaneció alrededor de diez semanas en cartel después de pasar muy pocos días en la sala de estreno -.   La sala tenía que tener “LO” para que en las carteleras de cine una  promoviera a la otra.  El Lorraine estaba en pleno auge, entonces  promocionaba o presentaba al Loire; después  promociona al Losuar y así seguimos “juntando las salas con LO”. En realidad, el Losuar es un invento porque no remite a ningún lugar de Francia  como muchos creían, significaba simplemente “Lo Supremo en Arte” expresado por medio de una sigla.”
Corrientes era testigo obligado del reciclaje cultural de la década del ‘60:  una  vieja sala llamada Lorraine cambió “El Trueno Entre Las Hojas” por “Lady Macbeth en Siberia” (Andrzej Wajda) y el viejo Cinelandia deja de exhibir ese género prohibido, sólo para mayores  – abuelo casi cándido del actual  prono -,  para entregar programas con una portada donde los nombres de Francois Truffaut junto a Jean-Luc Godard, Marcello Mastroianni o Julie Christie transmitían un mensaje en clave, mucho más sintonizable entonces que el posterior “Marikena canta a Brel”.
Entre los espectadores del Losuar en particular del Loire,  se encontraba el censor de turno… de un turno tan largo dentro de la historia vernácula como para tener un nombre tan identificado con la censura como el de Judas con la traición: Miguel Paulino Tato.
Con Tato la relación era muy particular, porque él sabía bien quién era Kipnis  y  yo –claro está-  tenía claro con quién trataba. Entonces las reglas del juego estaban bastante claras. Recuerdo que, a veces, venía un ratito al Loire en su función de crítico de cine y me decía: “Che, que porquería que estás dando hoy, acá que te dejo a mi hijo para que haga la crítica, porque si no yo tengo que quemártela… chau” (ríe) Nos llevábamos bien dentro de todo este “maremágnum” de problemas que había, porque el trato que existía entre nosotros era casi normal. Había una relación que llamaría de caballeros, de respeto: cada uno en su lugar. Pero por eso ninguno de nosotros dejaba de decir lo que pensaba respecto a lo que estabamos haciendo”.
El Lorange fue el último cine de la serie, con Kipnis como titular. En el medio nació el Lorca, que era y es  de  otro propietario,   y que siempre fue visto como el “entrometido” en la cartelera  de Corrientes  (ver aparte).
El Lorange es simplemente “Orange” con la “L” adelante para  agruparse  casi temáticamente con sus gemelos. Abrió con “Pasión” de Ingmar Bergman  el carisma de Max von Sydow (antes de cientos de coproducciones donde hizo de nazi o de hechicero) brilló junto a la resplandeciente belleza de Liv Ullman, subiendo la escalerita de la entonces flamante galería Apolo. Los comienzos de 1970 lentamente transformaron el sueño en pesadilla y las ganas de fomentar un determinado tipo de cine se terminó a causa de una realidad nada amable.
“Todo empieza a descomponerse, empieza el Proceso y ahí es cuando se produce esa pérdida de generaciones que no se  recuperarán jamás. Entramos en crisis en el cine porque, entre otros factores, la censura se pone aún mucho más dura. Ya todo estaba absolutamente politizado, entonces existía la censura por problemas políticos, sexuales, etc…”
El Lorraine cerró sus puertas en 1972, antes de la página más negra de la historia argentina contemporánea; se transformó en Lorena y empezó a proyectar estrenos comerciales “en simultáneo”.
Al cerrar, el cine  entra en obra para transformarse en el Lorena. Sobre el cerco que cubría a la construcción, alguien pega un poema dedicado al Lorraine y algunos espectadores  lo sacan y me lo entregan en el Loire. Me pareció un hermoso homenaje al Lorraine y  hoy para mí es un recuerdo bastante nostálgico” (ver aparte).
Aquellos programas prolijos y detallados se resistieron a morir, hasta el último año del siglo,  en el Lorange. Más austeros pero siempre al amparo de revistas de importancia como Cahiers du Cinema y Films and Filming o de las críticas actuales de los principales medios, siguieron instruyendo a los nuevos espectadores como parte de un viejo anhelo del veterano maestro de la exhibición Alberto Kipnis.
Como bien se dice  el cine es un arte – aparte de la parte industrial -;  separemos entonces la parte industrial y quedémonos con el arte.  Tenemos pocas  obras maestras pero también en la literatura, por ejemplo, ocurre lo mismo: hay muchos, muchos, muchos libros, pero los buenos son pocos y el cine es exactamente igual, ya que se filman  películas que son para el montón y existen aquellas que deben quedar como ejemplo de etapas y cosas insuperables.  Que debieran ser materia  obligatoria en las escuelas para que se conozca quienes fueron, cuánto hicieron por nosotros como espectadores.
Hace un par de horas dejé a Alberto Kipnis en el cine Lorange. Como cumpliendo un rito caminé hasta el solar del viejo Lorraine.  Decido ahogar la melancolía en cafeína.  Desde donde estoy sentado veo el cartelito que dice: “Homenaje permanente al cine Lorraine” y que está pegado debajo del tablero de la que fuera mítica sala. Los murales de Gambartes y López Claro permanecen distantes,  indiferentes. Mientras tanto, el librero de turno empieza a tapar la mesa de saldos, tratando de salvarla de una posible inundación. El techo conserva las mismas mañas. ¿Hay algún paraguas abierto? Quiero escuchar los gritos de la platea al sonar los discursos de Mastroianni en “Los Compañeros”, pero no. Me voy caminando lentamente hacia el bajo, y (cosa curiosa) evoco la imagen de la escuela primaria y sus láminas del Cabildo,  con esos paraguas abiertos y las manitos alzadas saludando a la patria.
Tengo la convicción de que, en algún lugar que no figura en los mapas celestes, ahí donde van todas las cosas que ya no están,  flota el viejo Lorraine sustentado por un cacho de vereda de la calle Corrientes. El mismo cacho que pisaron aquellos espectadores, que creían que la imaginación terminaría tomando el poder.
NOTAS:
- En 1972 el Lorraine se transformó en el cine Lorena. El cine Lorena brindó su última función con “Rain-Man, cuando los hermanos se encuentran” en Abril de 1989. Actualmente lo ocupa la librería Gandhi (Corrientes 1551).
- En los primeros meses de 1998 cerró definitivamente el Losuar, que había sido transformado en dos salas, su última función fue “El Oro de Ulises”. actualmente se ha trasladado allí la nueva Librería Gandhi.
- El Loire cerró en 198… luego de dedicarse como sala exclusiva a la exhibición de cine español. Esta fue la despedida de Alberto Kipnis de la sala, ahora transformada en teatro y que ha vuelto a su viejo nombre: Picadilly.
- El Lorca nunca integró el complejo de Kipnis. Fue creado como homenaje a Federico García Lorca en 1968 por un consorcio liderado por Alvarez e hijos.
- El Lorange, luego de ser teatro, volvió a su actividad cinematográfica en 1995 con “Sol Ardiente” del ruso Nikita Mijalkov y permaneció liderada por la empresa de Alberto Kipnis hasta febrero de 1999. Luego la sala fue alquilada por Bula y Condito como se detalla en la nota.
- El Lorange junto al Lorca “1 y 2” y al renacido Cosmos “1 y 2” son los únicos referentes actuales de la exhibición cinematográfica de películas de “cine de autor” que existen sobre la Avenida Corrientes.
- Ricciotto Canudo nació en Bari (Italia) en 1879, emigró a Italia en 1902, frecuentó ambientes intelectuales, se conectó con artistas de diversas tendencias y se sintió influido en particular por las obras y teorías de Wagner, Marinetti y D’Annunzio. Su interés por el recién nacido arte del cine le llevó a escribir en 1911 el Manifiesto de las siete Artes, texto que se publicó oficialmente en enero de 1914. (…) Canudo falleció en París en 1923. (extr. de Marino, Alfredo “La Mirada Crítica”)
- * Los programas del Lorraine fueron imitados conceptualmente para el resto de las salas, diferían en formato y diagramación pero fueron realizados a conciencia hasta el último día para cada sala. De esta forma, tomando un programa de la primera temporada del cine Loire, uno se encuentra con pormenorizada información sobre “The Troublemaker” “El Buscador de Líos” de Theodore Flicker (realización que acercó a las pantallas argentinas al New American Cinema). Asímismo el programa anuncia los próximos estrenos a proyectarse, donde figuran: Oveja Negra (Milos Forman), Vidas Secas (Nelson Pereira Dos Santos), Vivir al revés (Alain Jessua), y La Trampa del Diablo (Frantisek Vlacil)

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