domingo, marzo 29, 2009

Un mayo que duró dos décadas

En pocos días más estaremos a cuarenta y un años del mayo francés. Casi medio siglo después, ¿a quién le importa? ¿en qué ha dejado rastros? Poco en el mundo, mucho en una generación argentina. René Balestra, en febrero pasado, dedicó algunas reflexiones a su influencia, asociándolo con el neofascismo:
En el siglo XX han tenido muy buena prensa la acción directa, la agitación callejera, la movilización multitudinaria. Bastó y sobró, para ser canonizado, que ese de-sorden enarbolara banderas atractivas. En ese impulso embellecedor entraron filósofos, pensadores, artistas y una inmensa platea mundial que acompañó con fervor, como si se tratara del nacimiento de la felicidad. El anhelo de encontrar el paraíso en la Tierra no es nuevo: es ancestral.

Pero el siglo pasado ha sido el siglo del señuelo, con los resultados que todos tuvimos el horroroso privilegio de comprobar. La desmesura, la inmediatez, incluso el magnicidio, han sido acompañados, aplaudidos, adorados. La humanidad, así parece, atraviesa períodos de exaltación por la exaltación misma. Son épocas en que parecería que todo lo que se quiere está a la vuelta de la esquina, esperándonos. Eso ocurrió con el Mayo Francés.

Pero nosotros tenemos perspectiva: han pasado cuarenta años. El huevo de la serpiente , de Ingmar Bergman, es una excelente película, que narra el origen del nazismo en Alemania. Nos atrevemos a sostener, en un paralelismo, que el Mayo Francés del 68 fue un ensayo general o unas maniobras universales de lo que vino después, en la década del 70: el neofascismo. Totalitario y despreciador de las libertades, como el primero.

Esos jóvenes universitarios de París que encendieron la imaginación de millones en el planeta no eran románticos que anunciaban un nuevo mundo. Eran adelantados útiles de los criminales que vinieron después. Se aburrían con De Gaulle. El ministro de Cultura de su época les parecía monótono. Vale la pena recordar que ocupaba ese cargo, con inmensa solvencia, André Malraux. Pero ellos sentían hastío. La sociedad de la abundancia, como no la había conocido nunca la humanidad hasta entonces, los empalagaba.

(...) Esos estudiantes franceses que ilusionaron a tantos y todavía son adorados por muchos eran incapaces de valorar la dimensión histórica y moral de De Gaulle. Este excelente gobernante había salvado a Francia del suicidio histórico de Vichy y acababa de rescatarla de nuevo con Argelia. Pero ellos, como los primeros fascistas de Mussolini, querían vivir peligrosamente. Protagonizaron lo que Ortega y Gasset había sostenido algunas décadas antes en su libro España invertebrada . Aquello de que hay épocas en que los hombres superiores atraviesan su tiempo ante la mirada indiferente o el escarnio de mayorías corrompidas.
(...)

El fascismo, más que una cultura, es una contracultura. En ese ensayo general de lo que después fue la década del setenta, estaban los protagonistas que más adelante se convirtieron en las Brigadas Rojas de Italia, en las bandas criminales de Alemania o engrosando la ETA terrorista en España.

No es nunca la idea que se dice defender lo que importa, sino el modo, la manera, los métodos que se emplean. Desde la época bíblica fue así. No se necesita ser teólogo o exégeta del Libro Sagrado para saber que siempre "por sus frutos los conoceréis".

Para el fascista, el otro no existe. Esa gimnasia callejera del final de la década del 60 en París fue el prolegómeno de todo el horror del 70. Como en los bulevares, estos falsos garibaldinos, los setentistas, lo querían todo de golpe. Eran repentistas y, metodológicamente, criminales.

En la raíz, en el tuétano, estaba y está la impaciencia. No pueden ni quieren esperar ni dialogar. No tienen interlocutores. Los demás, como lo explica admirablemente el autor búlgaro contemporáneo Tzvetan Todorov en La conquista de América , son Moctezuma y ellos, Cortés. Los demás sólo importan para ser colonizados. Son objetos, nunca sujetos.

Pero lo más importante de la nota, es la referencia a las relaciones del mayo francés con Argentina:
Pero esta nota no tiene un interés exegético por el Mayo Francés del 68. Para nosotros tiene importancia por el ahora argentino, gobernado por una raza que dice reconocer su origen en aquellos sucesos. La capa de gobernantes actuales, sobre todo los dos actores principales: una de derecho y el otro de hecho, tienen la forma y el modo que nacieron en aquel mayo de hace cuarenta años. Esa revolución frustrada lo fue porque sus estrellas eran, fundamentalmente, declamadoras. La inmadurez fue congénita. Ese inmenso torrente humano que circuló por sus calles no sabía adónde iba. Como toda corriente, por más caudal que tuviera, careciendo de fuente surgente, se agotó. Se agotó donde había tenido su origen, pero renació como afán de desquite en algunos países centrales y en otros marginales. Nosotros padecimos una porción de ese espanto. Los que pedían lo imposible, como no podía dejar de ocurrir, generaron pavor; horror y crimen en los que atacaban y en los que reprimieron.
Deberíamos ampliar los antecedentes más allá del mayo francés: la cultura contestataria americana de la década del 60, la influencia de la Revolución Cultural sobre todo el mundo occidental, la Revolución Cubana. De esa alquimia violenta, intolerante, inmoral, hemos heredado eso, una sociedad enferma que todavía no toca fondo. Basta observar qué y cómo se discute hoy.

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