El fin del verano (La playa)
Dos amigos, uno con su reciente esposa (Doro y Clelia), acuerdan pasar unas semanas en la playa en la Riviera, donde suelen encontrarse en los veranos. Se les unen otros amigos (Guido, Ginetta, Nina), veraneantes (Berti)y viejos conocidos del lugar, de su historia pasada (. Unas semanas apartadas del tiempo, que finalizan algo antes de lo que hubieran esperado. Estas son sus últimas líneas:
Berti, como de costumbre, apareció por el restaurante. Entró como una sombra, y supe que lo tenía delante de la mesa antes aún de alzar los ojos. Me pareció tranquilo.
Por su cara desganada y molesta hubiera dicho que sabía lo de la marcha. Y, en cambio, me preguntó si esa mañana había ido a la playa. Intercambiamos unas frases, y hablando yo buscaba lo que debería decirle. Le pregunté cuándo regresaba a la ciudad.
Hizo un gesto de hastío.
-Regresan todos, dije-.
Cuando supo lo de Clelia, jugueteó con la caja de cerillas. No le había revelado el motivo de la partida; después me pareció mortificado- me relampagueó la idea de que se consideraba él la causa, por el incidente del baile- y entonces le dije que, según sus deseos, la señora se había portado como una buena esposa y concebido un niño. Berti me miró sin sonreír; después sonrió sin motivo, dejó la cajita y balbució: -Me lo esperaba.
-Es una lata -le dije- que ocurran estas cosas. Las señoras como Clelia nunca deberían caer en el garlito.
Sin que yo me diera cuenta de la transición, Berti se puso inconsolable. Recuerdo que regresamos juntos hacia la casa, y yo callaba, y él callaba y giraba los ojos en torno.
-¿Regresarás a Turín?- le dije.
Pero él quería ir a Génova. Me pidió prestado el dinero del viaje. Le dije que si estaba loco. Me respondió que había podido mentir y pedírmelo para saldar una deuda, pero que conmigo la sinceridad era un derroche. Quería simplemente volver a ver a Clelia y despedirse.
-¿Qué crees?- exclamé-, ¿que se acuerda de tí?
Entonces calló de nuevo. Yo pensaba en lo extraño de aquello: yo tenía el dinero para el viaje y no lo hacía. Entretanto, llegamos a la callejuela, y la visión del olivo me irritó. Empezaba a comprender que nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido felíz. Comprendía porqué Doro había cogido el tren para regresar a las colinas, y a la mañana siguiente había vuelto a su destino.
Esa misma noche nos encontramos en el café -estaban todos, incluso Guido, incluso Nina en su mesita- y decidí a Berti a regresar conmigo a Turín. Guido quería llevarnos a bailar, estaba dispuesto a llevarlo hasta a él. Pero nos marchamos esa noche.
La playa, de Cesare Pavese, escrita en 1941.
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