Eva Gillies participa de este congreso contando cómo decidió comprometerse con esa traducción, llegando de casualidad al hecho de que no hubiera una versión en inglés, por la lectura de un artículo de Malcom Deas en el Times: Aquí estoy, me dije. Soy argentina, soy bilingüe en inglés y en castellano. Tengo muchos años de experiencia en traducción, si bien más burocrática que literaria (...). Soy además, de formación, antropóloga (no física, sino social y cultural). Y ya no trabajo fuera de casa: de algunos ocios dispongo... Si no lo hago yo ¿quién lo hace?
Así,Gillies comenzó su trabajo en Nueva Zelanda; inicialmente apoyada en amigos personales y contactos cercanos, mientras daba forma al texto: [Daniel Waissbein, en Oxford], ...durante muchos meses (...), no hubo renglón que yo le mandara que no leía atentamente, corregía, sugería... Hubo, claro, expresiones y alusiones que nos eludían a ambos. Empecé a dirigirme a un concuñado que tengo en Buenos Aires, Harry Ingham; y, cuando también Harry llegó al límite de su sabiduría, me transfirió a un íntimo amigo suyo, (...): Martín Villagrán San Millán. No tengo palabras para decirles cuánto hizo Martín para llevar adelante esa traducción, y más tarde las indispensables notas al texto. Se tiene que haber pasado horas y días en las más diversas bibliotecas de Buenos Aires; y de todo me mandaba fotocopias. Lo mismo que a Daniel Waissbein, le debo a Martín una deuda que sólo he podido pagar con afecto.
Con el texto más robusto y avanzado, Gillies comenzó a buscar editor, una tarea difícil para un libro "fuera de época":
Ya me constaba que lo que me hacía falta era una editorial académica, dispuesta a aceptar notas, prólogo y, dentro de lo posible, mapas e lustraciones. Mi preferencia hubiera ido, naturalmente, a mi propia universidad, Oxford; pero allí, y pese a la presencia de Malcolm Deas, no tenían interés; ni tampoco en otras universidades inglesas a las que me dirigí. Nadie había oído hablar de Mansilla (Samiento sí, Mansilla no); y los ingleses adolecen, creo, del defecto de no interesarse mayormenteCon el editor ya concertado, Gillies conversa sobre la traducción en sí misma, en sus dos aspectos: uno, mantener el estilo del autor, y el otro, dar contexto a la obra, ya que de lo contrario es prácticamente imposible para un extranjero o una persona ajena a la época, entender un texto que se maneja con ironía y medias palabras. Mansilla, sin una minuciosa aproximación, se pierde. Dice Gillies, respecto a especies animales y vegetales:
por la literatura de países que no sean europeos ni miembros del Commonwealth. Lástima... Pero un buen día, en Cambridge, una amiga me presentó al Director nada menos que del Instituto de Estudios Latinoamericanos de esa universidad, un tal David Lehmann. Yo para ese entonces me paseaba siempre con Una Excursión a los Indios Ranqueles bajo el brazo: lo que era en ese momento la última edición, aparecida en Caracas y editada por Saúl Sosnowski; el texto reproduce el más fidedigno de todos, el de
Fondo de Cultura Económica que salió en 1947. David Lehmann miró el libro con atención, y me dijo: -No, nunca he oído hablar de ese autor; por lo tanto, lamento no poder hacer nada para ayudarte. Pero sí te sugiero que le escribas a Sosnowski.
-Pero, ¿por qué a Sosnowski? ¿Qué motivos puede tener ese señor para ayudarme? Si ni me conoce...
Tres razones:
• 1º Sosnowski es argentino, lo que podría obrar a favor tuyo.
• 2º Vive en Estados Unidos y trabaja en editoriales académicas, así que debería saber quién es quién en ese mundo; y
• 3º, da la casualidad que tengo su dirección, que te pasaré con mucho gusto.
¡Salvación!
Sosnowski (a quien hasta el día de hoy no conozco personalmente) me contestó a vuelta de correo, y con la mayor amabilidad: ¡Muy buena la idea de la traducción! Me dio dos direcciones de académicos estadounidenses a quienes escribir, agregando muy gentilmente que podría recomendarme de parte suya. – El primer destinatario nunca me contestó (tipo de cosa a la que ya me iba acostumbrando); la segunda, una profesora de California, contestó algo tarde, disculpándose por haber estado ausente, y aconsejándome que escribiera a un tal señor Daniel Ross, de la Editorial Universitaria de Nebraska; agregaba que tenía motivos de creer que esa editorial se interesaría por el proyecto...
Resultó que la Editorial Universitaria de Nebraska, única en el mundo angloparlante, no sólo sabía quien era Mansilla, sino que tenían ganas de publicar una traducción en inglés de Una Excursión a los Indios Ranqueles; y no sólo eso, sino que habían encargado una; y no sólo eso, sino que la habían
rechazado por insuficiencia de calidad... ¡Ahí sí empecé a cobrarle interés y simpatía a esa editorial estadounidense! (dicho se a de paso, la versión rechazada por Nebraska la ha publicado desde entonces, en forma algo abreviada la Editorial Universitaria de Texas).
Los de Nebraska me pidieron, como toda editorial que se respeta, que les mande dos capítulos de muestra, más un resumen del argumento. Llegados esos papeles, los transmitieron, como también es de costumbre, a dos peritos en la materia. Uno de ellos, un profesor americano del cual nunca había oído hablar, ni he oído desde entonces, contestó sin mayor animación; el otro era, precisamente, Saúl Sosnowski. Este sí reaccionó con entusiasmo, y así fue como Nebraska me mandó un contrato en regla.
Nebraska me había criticado, en mis capítulos de muestra, una holgazana tendencia a dejar en castellano las palabras que me parecían propiamente intraducibles: “recado”, “cacique”, “algarrobo”, “chañar”... Crítica que me pareció en sí muy atendible. Después de todo, a una traductora es normal pedirle que traduzca, pero, les expliqué, no me era honestamente posible traducir las especies animales y vegetales que D. Lucio menciona con bastante frecuencia; y aquí no se trataba sólo del tan famoso “urutaú”, sino también de que nuestro “algarrobo” nada tiene que ver, botánicamente, con el “carob” mediterráneo; simplemente, los españoles, lo mismo que los ingleses más al norte, daban a lo que encontraban los nombres de las cosas conocidas por ellos en el Viejo Mundo, y que veían como más o menos parecidas... Le prometí al Sr. Ross notas que identificarían botánica o zoológicamente todas las especies americanas (otro libro encargado a Buenos Aires, esta vez a mi hermana); y que, al contrario, la traduciría lo mejor posible cuánto sea de origen o manufactura humanos.Pero los problemas de traducción van más allá, a figuras conceptuales no compartidas; Gillies menciona el caso de "compadre/comadre":
Todos ustedes recordarán a la simpática “comadre Carmen”; quizás también que Mansilla, al apadrinar al hijo del cacique Baigorrita, por ende se hizo compadre de este último. Pero para ese parentesco,entre los padres de un niño y sus padrinos, no existe palabra en inglés moderno. La hubo en la edad media; pero ya en épocas de Shakespeare, godsib (pariente mediante Dios) había pasado a ser “gossip”, que entonces todavía denotaba cierta intimidad, particularmente entre mujeres, pero hoy día significa simplemente comadreo, y a menudo se sobreentiende comadreo mal intencionado –hablando mal y pronto, chismes. ¿Qué hacer? Ya no estábamos viviendo en la Edad Media, ni siquiera en épocas de Shakespeare. Había que traducir a un inglés accesible al lector moderno. Solución: nos quedamos con comadre y compadre, pero poniendo yo, la primera vez que aparece uno de esos términos en el texto, una larga nota explicativa.Y cómo encaró Gillies el estilo de la escritura:
me parecía que un inglés estrictamente contemporáneo no sólo que falsificaría la escritura de Don Lucio, sino también daría un texto muy poco durable; en lenguaje como en otra cosa, las modas cambian. ¿Dónde encontrar el estilo que me hacía falta? Empecé, ya que de indios se trataba, por fijarme en Fenimore Cooper, autor del Último de los Mohicanos. Pero pronto desistí. El señor Cooper, seaSobre las citas y referencias de contexto, Gillies las separa en tres categorías:
dicho entre nosotros, no escribía muy bien: pomposo, alambicado, demasiados adjetivos... un verdadero insulto a la prosa de nuestro Mansilla. Y de pronto me vino la inspiración del Espíritu Santo: ¡Robert Louis Stevenson!
Sí, Robert Louis Stevenson –conocido por Uds., indudablemente, como el autor de La isla del tesoro; quizás también del espeluznante Extraño caso del Dr. Jekyll y del Sr. Hyde. Pero Sevenson escribió mucho, muchísimo más: varias otras novelas, obras de teatro, una sarta de cuentos, y cualquier
cantidad de ensayos, de artículos, y de crítica literaria muy bien hecha. Hace ya mucho que yo lo considero uno de los escritores más injustamente subestimados de la literatura inglesa. Sus fechas: 1850 – 1894 (ese no vivió viejo como Lucio Mansilla) convenían lo más bien: la misma época, y un escritor igualmente hábil en describir, siempre en lengua a la vez culta y llana, la rápida acción y los lentos pensamientos...
Me dí un atracón de Robert Louis Stevenson –cosa en sí muy agradable- y seguí traduciendo.
• Notas simplemente explicativas, como lo del compadrazgo y las especies animales y vegetales.Finalmente, Eva Gillies recuerda dos discusiones con sus editores, una, acerca del propio nombre del libro, y la otra, acerca de la palabra "lenguaraz":
• Notas históricas y políticas. Todos sabemos que la Excursión fue en su tiempo (y a mi juicio sigue siendo) entre tantas otras cosas un libro profundamente político. En todo caso está lleno de alusiones, algunas veces explícitas y otras no, a personajes y acontecimientos de su época. ¡Ahí sí Martín Villagrán se me hizo propiamente indispensable! Casi todo llegó a identificarme; y las notas, muy necesarias para
todo lector moderno y sobre todo, como lo había previsto Saúl Sosnowski, para lectores del mundo angloparlante, proliferaban que daba gusto...
• Notas literarias y culturales. A Don Lucio, hombre “muy leído y escribido” según el dicho popular, no le disgustaba mostrarlo. Consulté nuevamente a Ross: -Todo el mundo, le dije, supone que sabe quién
es Shakespeare; mucha gente también conoce, por lo menos de nombre, a Byron. Pero: ¿Madame de Stäel?, ¿Manzoni?, ¿Beccaria? Ni qué hablar de las coplas parisienses populares de la época... Respuesta de Ross: notas sobre toda alusión cultural, por favor. – Eso fue bastante menos difícil: es increíble lo que contenía el Pequeño Larousse Ilustrado de mi infancia, que (lo mismo que María Elena Walsh) guardo siempre a mi lado. Y para cuando no daba abasto el Pequeño, la Biblioteca Bodleiana de Oxford cuenta con los 24 tomos del propio y admirable Grand Larousse. Y también aquí, como para Stevenson, estábamos en época: el autodidacta Pierre Larousse vivió de 1817 a 1875...
Dos motivos de discusión [con los editores]solo recuerdo. El primero versaba sobre el titulo que daríamos a la versión de la lengua inglesa. Yo hubiera preferido “An Excursion to the Ranquel Indians”; pero ellos, sin duda debido a los ecos de Wordeorthianos que tiene en ingles la palabra “excursión”, querían otra cosa. ¿ ”Expedition”?¡No, no y no-!¿No había acaso insistido nuestro autor en que, precisamente, no se trataba de una expedición con aparatosos preparativos, sino de un simple paseo, una “excursión” propiamente dicha? Finalmente, nos aunamos en el término “visit”, visita; mi traducción se llama por ende A Visit to the Ranquel Indians.Así llegó la segunda traducción de la Excursión...en el mismo año 98. Gillies debería hacer una nueva edición en castellano, con sus elaboradas citas para una nueva generaciónde lectores ya tan distantes de su época, no tanto porque haya pasado el tiempo, sino porque cambió la Argentina...Recuerdo dos lecturas, la de Amalia anotado por Alfredo Veiravé, de Mármol, y la del Quijote, comentado por Martín de Riquer, cuyas notas cambiaron en mi caso completamente el alcance y la comprensión del libro. Seguramente Gillies ha hecho mucho por un escritor que no ocupa el lugar que se merece.
El segundo desacuerdo me parece a mi personalmente más grave. Se trata del cargo, importantísimo entre los indios, de “lenguaraz”-es decir, la persona que habla en nombre del cacique, persona que necesita ser elocuente, fidedigna, dueña de muchas “razones”; casi, nos dice nuestro autor, embajador o (tratándose de la comadre Carmen) embajadora. Yo, en mis lecturas antropológicas, había tropezado ya hacía años con un personaje muy análogo, que entre los Ashanti de lo que es hoy Ghana en África occidental, hablaba en nombre de su rey. Fui a buscar el relato del capitán R. S Rattray, que data de 1923, y di con el término: “linguist” ; término que por lo tanto utilicé para traducir “lenguaraz”- agregando, claro está, la concebida nota para explicar de donde lo había sacado. Pero en inglés moderno, linguist se usa a veces para indicar un perito en lingüística (aunque hay quien dice linguistician), y otras simplemente como sinónimo de “políglota”. Mis editores en Nebraska querían, pues, que les ponga otra cosa: translator? (“traductor”) o interpreter? Ahí sí que me resistí y mucho más fuerte que en el tema de excursión/ expedición/ visita. Porque Mansilla, tanto en su capitulo dos como en el cuarenta y cuatro, explica muy claramente que un lenguaraz es algo muy distinto a un mero interprete; e incluso en el capitulo cuarenta y cuatro habla pestes del que califica como intérpretes. Así que por nada del mundo aceptaría yo el termino interpreter en ingles; ni tampoco translator. Con Ross intercambiamos varias cartas sobre el tema. Hasta el día en que me encabrité del todo y le escribí que si bien yo no desconocía los problemas que podía haber con el termino inglés linguist, entre dos males había que elegir el menor; y que a mi me parecía que esa elección correspondía a la traductora...Cedieron... Y el libro finalmente salió, en 1997, siete años después de ese primer viaje en avión, que no me llevaba solo a Nueva Zelandia, sino también a un destino mas personal que geográfico.