domingo, noviembre 06, 2011

Solano López, último eternauta

El doce de agosto de este año murió en Buenos Aires Francisco Solano López,el segundo pilar de la historia de El Eternauta. Un tataranieto del Mariscal, con su nombre, estirando por un camino inesperado su historia...
El Eternauta tuvo otros dibujantes en versiones posteriores, pero es la historia de Solano López la memorable; las posteriores declinaron al servicio de un pensamiento cada vez más dogmático y unilateral, acompañando el desquicio de la vida social y política argentina. Solano López no sólo fue fundamental en El Eternauta, sino en mucho más del trabajo de la histórica revista Hora Cero, cuando esta lograba trabajos no repetidos después (especialmente El Eternauta y Ernie Pike).
Hay un pensamiento que maduró entre los 50 y los 60 en Argentina, que dió expresiones perdurables en la literatura, en el cine, y también en un género tal como la historieta: Oesterheld y Solano López, Osky, Quino, Brescia, Pratt, y muchos otros. Una época de pensamiento floreciente, que de pronto, unos años después,  engendró demonios. Algo debió fallar entonces, para que luego todo se torciera...
Algo de esto se traduce en la nota que en 2008 Manuel Rivas le dedicara a Oesterheld, cayendo en la década de terror:
La feliz camada de Beccar está a punto de ser exterminada. Elsa, la madre, antiperonista, tan racional como intuitiva, “muy celta”, dice ella, no les ha acompañado en su compromiso revolucionario. Ha discutido con dureza con HGO, con el hombre que ama. Sí, está de acuerdo con él. Es una juventud maravillosa. Culta, rebelde, linda. La mejor generación que tuvo Argentina. Como Héctor, Elsa comparte su música, salta de Mozart a Janis Joplin, ¿por qué no?, sus gustos artísticos, su estilo de vida libre, una sexualidad sin tabúes, su aversión a la injusticia. Todo eso, dice Elsa, lo compartía. Pero ella, la mujer que fue tan feliz en Beccar, en aquella casa que era a la vez como el taller del artista romántico, donde “todo bullía y cantaba”, donde todos llegaban y nadie quería marchar, nadie quería apagar la luz, las chicas no querían ir a fiestas ni a clubes, donde encontraban “gente tonta”, no, no, querían estar allí, en Beccar, con sus amigos y los de los padres, dibujantes, músicos, artistas, escritores, gente que traía historias; ella, que conoció el paraíso, pudo distinguir bien el traqueteo de la maquinaria del horror que se acercaba. Sí, discutió con HGO. No acababa de asumir aquella metamorfosis en el Oesterheld que quería y admiraba, el hombre tranquilo, ilustrado, progresista y más bien libertario, por la influencia de sus amigos anarquistas españoles exiliados, con esa mirada antidogmática que es la de sus héroes.
La fotografía, en El País del 24-08-2008.
Cincuenta años de El Eternauta.

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