sábado, septiembre 27, 2008

En qué punto estamos

Quizá la semana pasada, y una o dos más, sean recordadas como aquellas que cambiaron el mundo por algunas décadas. Todavía no es fácil estimar cuánto y cómo cambiará todo, pero no hay duda que sucederá. Tres décadas de guerra fría evitaron culminar en un desastre nuclear; una semana de acontecimientos desencadenados tras varios años de acumulación, quizá produzcan efectos tan profundos como los que se evitaron antes. Quizá sin signos visibles, como una ciudad devastada, pero con consecuencias que nos tocarán a todos. Quien piense que la caída financiera que comienza en Estados Unidos no le alcanzará, todavía no ha despertado. Lucen lamentables nuestros pequeños gobernantes locales, ironizando sobre la crisis americana, y elogiando sus frágiles recetas autóctonas. Un viento solar abrasa a la Tierra, e imaginan que "mi barrio está bien".
Acabo de leer una reflexión de "SMcCoy" en Cotizalia, que da algunos elementos del volúmen del problema, pensando en términos inmediatos, y que creo que es conveniente compartir completo:
La Crisis no tiene freno
Cuidadín, cuidadín porque la cosa pinta, no fea, sino muy fea. Horripilante, diría yo. Se está produciendo un salto cualitativo de enorme trascendencia para la resolución de la crisis: la desconfianza de unos bancos con los otros se está trasladando peligrosamente a la ciudadanía. Y ésta sí que tiene capacidad de dar la puntilla al sistema financiero en su conjunto. El despotismo ilustrado (todo para el pueblo pero sin el pueblo) que había presidido la actividad bancaria hasta hace bien poco (con una pléyade de clientes sosteniendo, ante la mirada complaciente del monarca regulatorio, los sustanciosos privilegios salariales de unos pocos) puede quebrarse, si no está roto ya, fruto de una silenciosa rebelión popular. Ha quedado comprobado. Basta con un drenaje de liquidez como el que ha llevado a la quiebra a Washington Mutual en los Estados Unidos. Crónica de una muerte anunciada. O el que está provocando un fenómeno, probablemente injustificado, de desequilibrio en el balance de una institución tan consolidada como la belga Fortis a la que, aparentemente, abandonan los clientes procedentes de ABN. El problema es que, al fin y a la postre, da igual la certeza o no de la causa última que provoca estos movimientos. Como ya escribiéramos en su día en este Valor Añadido, la Teoría de la Profecía tiene fuerza suficiente como para convertir el falso rumor en verdad final por la vía de los hechos. De esa naturaleza es el monstruo que hemos creado en los últimos años. Un animal incontrolado que amenaza con socavar, miren lo que les digo, los cimientos de nuestra sociedad.
¿Cómo se ha podido llegar a una situación como ésta? Hay multitud de factores pero quizá se pueda resumir en una lacónica sentencia: se trata, en este caso, del triunfo de la experiencia sobre la esperanza. Desde el principio de la situación actual, hace ya más de un año, han abundado las voces que trataban de minimizar su dimensión y relativizar sus consecuencias. Muchas de ellas procedentes de actores que eran, algunos todavía son, arte y parte en este negociado de la economía financiera: supervisores, agencias de rating y los propios bancos de inversión. Sin embargo, la realidad es tozuda y ha terminado por imponerse. Más allá de la aprobación final o no del plan establecido por las autoridades norteamericanas, la certeza última comienza a ser que cualquier intervención es una gota en el océano de las disfunciones que la crisis actual está provocando en el sistema y que amenaza con poner el riesgo el propio balance de la Reserva Federal y, en última instancia, algo incuestionable hasta hace bien poco: la solvencia y la hegemonía de los Estados Unidos de Norteamérica. Hoy es el día en que McDonalds tiene menor coste de cobertura de impago que la deuda soberana de aquél país: 24,5 puntos básicos contra 30. Cosas de la globalización.Obviamente, se trata de una percepción que, aunque generada a lo largo de todo este tiempo, ha necesitado de catalizadores inmediatos. Más allá de la insolvencia de WaMu, son varios los factores que han alimentado el desconcierto y la prudencia entre los inversores en los últimos siete días. Uno. El mercado de la vivienda al otro lado del Atlántico sigue cuesta abajo y sin frenos. No sólo ha aumentado el inventario de viviendas disponibles sino que se ha encarecido la financiación hasta situarse, el tipo hipotecario a 30 años, por encima del 6%. Un factor de estabilización imprescindible para la solución de la crisis continúa su deterioro y, con él, el de los activos financieros vinculados. Exacto, esos que quiere adquirir el gobierno. Dos. El interbancario sigue seco y su tipo en máximos de 10 años. No sólo eso. El mercado del papel comercial, como alternativa, agoniza: no hay volumen ni emisiones. Las inyecciones de liquidez de los bancos centrales se han vuelto en su contra. Las entidades no se prestan las unas a las otras y prefieren acudir a los resortes públicos en cantidades récord. Estos han superado su papel de prestamistas de último recurso para convertirse prácticamente la única vía de financiación de algunas entidades. No hay dinero y el poco que circula es muy caro. Y sin dinero, no hay negocio bancario. Ergo...
Tres. Clave a mi juicio para entender la incipiente fuga de capitales es el cambio de paradigma que, para la mentalidad del inversor más conservador, ha supuesto el que uno de los fondos monetarios señeros estadounidenses arrojara pérdidas como consecuencia de la quiebra de Lehman Brothers. It broke the buck, en terminología anglosajona. Un hecho histórico, sin precedentes, que provocó un éxodo masivo de dinero de este tipo de vehículos y que está detrás, a mi juicio, de que se acelerara la elaboración de un esquema de intervención por parte de las autoridades norteamericanas. De ahí la ausencia de detalles que ahora condicionan su aprobación.
Cuatro. Autores que han clavado lo que estaba por venir
desde bastante antes de su inicio, y que han ido marcando con precisión las etapas por las que transcurriría la crisis, se muestran especialmente críticos con las iniciativas del Tesoro y la Reserva Federal y continúan con su mensaje catastrofista, más o menos fundado. Especial impacto tuvo el artículo de Nouriel Roubini el martes pasado en Financial Times, en el que advierte de que, en el proceso de desmantelamiento del sistema bancario en la sombra que se está produciendo de forma acelerada, los hedge funds y al capital riesgo serán las siguientes fichas del dominó en caer.
Quinto y último. Dejo para el final lo que, en mi modesta opinión, es uno de los errores políticos más relevantes de las últimas décadas,equívoco que refuerza mi idea de que en el tratamiento de esta crisis son los pirómanos los que visten con elegancia el disfraz de bomberos, que Dios nos pille confesados. Su autor, -alguno dirá, como no podía ser de otra manera-
,George W. Bush. Imagínese al americano medio, relajado en casa y esperando el anunciado mensaje, se supone que tranquilizador, que no está el horno para bollos, de su presidente. Rodeado de la familia, esperanzado y con la mente puesta en el In God We Trust que preside el umbral de su casa. Podemos. Siempre hemos podido. Y de repente, el Apocalipsis. Si no se aprueban las medidas propuestas en las Cámaras, dice su máximo dirigente, la noche, el caos, el terror o, lo que es lo mismo, "toda la economía en peligro" y "el pánico financiero". ¿Qué cree usted que haría John Smith a continuación, arritmias cardíacas aparte? Pues probablemente lo que han hecho muchos estadounidenses hoy al ver que, la única alternativa cierta de salvación de sus ahorros según su presidente, quedaba en stand by: tomar el dinero de la cuenta corriente y llevarlo al calor del colchón. No sé como este ejercicio de imprudencia de tamaño familiar ha podido ser acogido con tal grado de indiferencia por la mayoría de los analistas, la verdad.
Termino. Estamos, por tanto, en un momento crítico de la coyuntura actual en el que puede quedar tocado el mecanismo de transferencia de fondos desde el ahorro a la inversión, ahondando en el colapso del sistema. La Teoría de la Profecía que enunciábamos al principio de este artículo exige, de cada uno de los actores protagonistas en este drama -gobierno, supervisor, entidades y clientela-, un ejercicio de transparencia, realismo y responsabilidad. Como en todos los fenómenos de cambio, y éste sin duda lo es, son muchas las voces interesadas en generar rumores infundados en su propio beneficio o que buscan dar cumplida venganza a querellas innombrables. Sean juiciosos y no atiendan a cantos de sirena que pueden hacer encallar su nave en las rocas del pánico y el comportamiento irracional. Es momento de ser maduros, tomar decisiones de forma objetiva en la defensa de los propios intereses y del bien común y no actuar, de forma precipitada y poco fundada, como voceros del miedo. La propia estabilidad del sistema es lo que está en juego. Y poniéndola en riesgo les garantizo que somos todos los que salimos perdiendo. No les quepa la menor duda.

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