sábado, junio 07, 2008

Argentina en crisis creciente

La larga protesta agraria argentina muestra ahora otro participante más, en una situación que es cada vez más anárquica: el transporte de cargas, en sus distintas capas: cámaras empresarias, pequeños y medianos empresarios, y trabajadores. Su aparición probablemente acelerará el fin del conflicto, a costa del aislamiento de las ciudades. El campo ya de por sí está sujeto a una estrategia de muerte por inanición (¿se podrá vender una cosecha entera?). El gobierno argentino, continuando su histórica política de imponer y aplastar, quizá está arriesgando deslizarse a un tobogán mucho más peligroso. Desde lejos, este escenario me va recordando, con algunas salvedades de grado, al existente en Chile antes de la imposición de la dictadura de Pinochet: un gobierno necio dando rienda suelta a los conflictos económicos y sociales, una sociedad cada vez más enfrentada, acciones sociales cada vez más drásticas. Las diferencias de grado las hacen que en Argentina no existen (creo) campos de entrenamiento conducidos por oficiales cubanos, ni una organización opositora de extrema derecha violenta. Pero no hay duda de que este gobierno sin cabeza está marchando hacia un fin muy distinto al que quizá imaginen, y con suerte, sin tragedias mediante.
Tomo una nota de La Nación que pinta el instante. Probablemente la tensión se aflojará, pero se están sentando bases para una nueva crisis de magnitud...
Irrumpió un nuevo protagonista y modificó la dinámica del conflicto entre el Gobierno y el campo: los propietarios de los camiones dedicados a la carga de granos se lanzaron a hacer sus propios cortes, aquí y allá, rompiendo la inercia de un pleito que parecía eternizarse.
Los transportistas fueron hasta ahora el actor más frágil y menos visible de este drama de 80 días. Sin trabajo y sin ingresos, ayer volvieron a las rutas, pero para bloquearlas, y ahora se acerca velozmente el desabastecimiento, que los productores rurales han procurado evitar en su protesta con una estrategia minuciosa. Es cuestión de días: en muchos pueblos del interior los cargadores de cereales ordenaban anoche, intransigentes, impedir, sobre todo, el paso de leche y de carne. En Armstrong la fila de vehículos detenidos era anoche de 35 kilómetros. La memoria vuelve a aquellas huelgas de camioneros franceses que paralizaron, hace 8 años, a Europa. Por algo Néstor Kirchner le teme a Hugo Moyano.
Toda la querella del campo parecía ayer resetearse en términos más radicales. Hoy, dirigentes de la oposición, líderes agropecuarios y chacareros de San Pedro deberán presentarse en la Justicia para declarar en la causa abierta por el fiscal federal de San Nicolás, Juan Murray. Piqueteros opositores caminarán hasta la Plaza de Mayo para quejarse ante el Gobierno a favor de los productores. Piqueteros oficialistas se congregarán en el hotel Bauen para planificar sus medidas de acción directa en contra de los productores. El PJ volverá a reunirse en torno de su jefe para una nueva proclama de guerra. La voz del Episcopado, que también se reunirá hoy para advertir sobre el enrarecimiento de la escena pública, está destinada a desentonar en esta Babel. Si es que alguien la escucha.
Néstor Kirchner, que se había preparado para una guerra de desgaste sin tiempo, fue puesto ayer por los camioneros ante una encrucijada urgente. ¿Regresará, junto a su esposa, al tono del 27 de marzo en Parque Norte, cuando Cristina Kirchner pidió, casi suplicó, "humildemente, como Presidenta de todos los argentinos y en nombre de todos los argentinos, que levanten el paro para entonces sí dialogar"? ¿O se tentará con cargar sobre sus adversarios -por momentos, enemigos- del campo la responsabilidad del conflicto social que podría desatarse en los grandes centros de consumo? Anoche, con el inusual recurso a un comunicado, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, dio indicios de que la Casa Rosada optaría por el segundo camino: culpó por los cortes de los camioneros a los productores rurales, en una identificación capciosa, pero cuya eficiencia sólo se conocerá con el paso de las horas.
La realidad podría adoptar su propia dinámica. Es posible que las familias asalten rápido las góndolas y precipiten el vaciamiento del que pretenden salvarse. Hasta se puede prever al desesperado -o al pícaro- que lance el primer ataque a un supermercado en el suburbio. ¿Qué debe hacer el Gobierno ante eventualidades como ésas? ¿Garantizar el orden? ¿O basta con que encuentre un responsable al que echar la culpa? A lo largo de todo el conflicto con el campo la Casa Rosada adoptó un argumento según el cual "no somos una de las facciones del conflicto sino que representamos al interés general". Anoche ese criterio caía sobre el comunicado de Randazzo hasta volverlo sospechoso.
Los dirigentes agropecuarios intentaron ayer evitar esa contaminación de su protesta, instando a los productores a separarse de los cortes de los transportistas. Sana intención, aunque acaso inconducente: el discurso oficial no los culpa de la continuidad física con los nuevos piquetes sino de la secuencia política que desembocó en una nueva amenaza de desabastecimiento.
Entretanto, se conoció este viernes la magnitud de un fenómeno que se viene manifestando desde hace meses: la fuga de capitales, en pocos meses, ya tiene el volúmen alcanzado en la crisis de 2001/2002. Cada vez es mayor el abismo que separa las acciones realizadas de las oportunidades disponibles y perdidas.

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