José Antonio Zarzalejos (entre otros muchos) advierte sobre el deterioro de la confrontación política en Cataluña, que ve deslizarse hacia formas violentas. La intransigencia de una minoría tensa las cuerdas, encontrando sólo silencio por respuesta. Como él, son muchos los que advierten de que no es posible continuar cediendo todo el espacio a quienes parecen dispuestos a llevar Cataluña a un desastre. Qué dice Zarzalejos:
Todo el que quiera saberlo, lo sabe. Pere Navarro, agredido el pasado domingo cuando asistía a una ceremonia religiosa de carácter privado, viene percibiendo “miradas de odio” (sic) y recibiendo “insultos” (sic) desde hace ya mucho tiempo. Ayer lo relató sin dramatismo y con concisión en la cadena SER. Pero en conversaciones anteriores y personales, incluso con periodistas, el primer secretario del PSC había mostrado su preocupación por un clima de tensión que podía manifestarse de manera violenta. Ha ocurrido, y su intensidad ha sido mínima aunque sintomática. No hay que elevar la anécdota a categoría, pero en modo alguno reducir el episodio a la nadería. No saquemos consecuencias exorbitadas, pero extraigamos las consecuencias justas.
Y las más justas –digan lo que digan los independentistas radicales (aunque la mayoría no lo sea)– consisten en una presión social que invita al silencio de los que discrepan con el paradigma de la corrección política en Cataluña: la adhesión al secesionismo. Lo ha denunciado lúcidamente el catedrático Manuel Cruz en su libro Una comunidad ensimismada (Editorial Catarata). Cruz, que encabeza la Asociación de Federalistas de Izquierdas, es catedrático de Filosofía y uno de los académicos más acreditados en esa rama.
El autor se refiere a la “espiral de silencio” que se estaría produciendo en Cataluña. Semejante tesis no se admite en la Cataluña oficial, pero es cierta. Ocurre lo que Cruz describe: “Cuando se intenta plantear esta cuestión en el espacio público catalán, las respuestas más o menos afines al oficialismo” consisten en tildar de “exagerado” o de “caricaturesco” este planteamiento. Y sigue Cruz: “O por decirlo con un poco más de precisión: atribuyen a este la imperdonable falacia de convertir la anécdota (de algunas situaciones particulares) en categoría (de una presunta intimidación generalizada)”.
Estas citas textuales del libro de Manuel Cruz están escritas por su autor este mismo año 2014 y en el libro citado, en el que el filósofo advierte igualmente de la tendencia que se registra en Cataluña al unanimismo, así como el homogeneísmo o “tendencia a considerar a la comunidad catalana como una realidad homogénea”. Pero hay más: Cruz, en el epílogo, refleja “la afirmación” del conseller de Cultura de la Generalitat (Ferran Mascarell) días antes de la Diada del pasado año, de “que sólo se pueden oponer a la creación del Estado catalán, los autoritarios, los jerárquicos y los pre-demócratas, o los que confunden España con su finca particular”. Preocupante.
El puñetazo a Pere Navarro es una llamada de alerta a los catalanes sensatos, gente que en su inmensa mayoría lo son y que supieron mantener su nacionalismo alejado de dos vectores perniciosos: apartaron cualquier tipo de carácter étnico en su identidad catalana y cortaron de raíz las acciones terroristas de la banda Terra Lliure. Pero la exacerbación de posiciones conduce –y aquí lo he escrito varias veces, y lo he hecho en La Vanguardia– a que en Cataluña se corra el riesgo de abertzalización en el peor de los sentidos. Y los más vulnerables a esta presión son, precisamente, los socialistas. Por una razón: el PSC se ha negado a acompañar a CiU, ERC, ICV y CUP en su navegación secesionista, rompiendo así el eje de un catalanismo que ha dejado de serlo para migrar a una nueva versión sideralmente alejada del autonomismo de otros tiempos.
El hecho de que pueda haber manifestaciones de violencia de signo contrario –por ejemplo, el asalto al Centro Blanquerna en Madrid– no autoriza a disminuir, edulcorar o tratar con eufemismos o contemplaciones la agresión a Pere Navarro. No caben violencias de compensación ni suponer que un puñetazo es más o menos sintomático que la irrupción de energúmenos en un centro de carácter cultural. La alerta que provoca el puñetazo al dirigente socialista, lo es para todos, pero, en especial, para los catalanes de toda clase y condición, estén donde estén ideológicamente.
Nada de lo que ha sucedido y de lo que puede suceder, no por previsto o supuesto, es menos grave. El deterioro del llamado espacio público catalán es evidente y el puñetazo a Navarro es algo así como un pantallazo de la realidad que allí se vive. Más vale prevenir que curar y mucho más advertir a tiempo que lamentar a destiempo. La vida pública en Cataluña se está deteriorando, se adensa el silencio de unos, las redes sociales están inflamándose y algunos de los intelectuales orgánicos del secesionismo radical han penetrado en el terreno de la radicalidad que atribuyen a otros y en otros lares. Mucho cuidado.
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