domingo, octubre 29, 2023

Nueva edición de dos cartas de Malcom Lowry


 José Homero comenta la reedición de la carta que  Malcom Lowry dirige a su editor, dentro de una colección de obras de Sergio Pitol, traductor mexicano de las cartas. No sé si esta edición incluye la carta dirigida al abogado de Lowry que completa la primera edición, pero esto no cambia lo fundamental.

Una carta que es clave para entender la escritura de Bajo el Volcán, bien descripta por Homero en su artículo. Bienvenida su reedición mexicana. Como dice Semprún, en el prólogo a la primera edición castellana de Tusquets:

"no nos vendría mal la irrupción de algunos tipos como Malcom Lowry, no meros borrachines pueblerinos, sino poseídos por la mortífera y rutilante pasión de la bebida: no meros productores de espejos, o reflejos, o comentarios de la realidad, sino inventores de ésta, transformadores y revolucionarios de ésta en el ámbito mismo del lenguaje; no menos manipuladores del instrumento semántico, al servicio de tal o cual causa, ideología o Weltanschaung, sino descubridores de la literatura como causa en sí misma, o sea, como fin en sí. en una palabra, la decisiva lección moral que podemos aprender de un Malcom Lowry es esta: que su vida y su obra nos ayuden a destruír la funesta concepción de la literatura como vocación de servicio: que nos ayuden a comprender que un escritor no debe nunca tomarse en serio -o santa y brutal y corrosiva y subversiva y tónica ironía de un Lowry, o de un Kafka, o de un Bulgakov- que lo único que hay que tomar en serio es la literatura misma, con esa lúcida y acaso mortal seriedad que sólo se merecen la literatura, la política y el erotismo, cuando son obras de la imaginación utópica y no meros subproductos funcionales y oficinescos de la sumisión a lo real (...)
La edición que leo del prólogo de Semprún tiene dos errores tipográficos, probablemente: donde dice  "no menos borrachines" creo que debería reemplazar "menos" por "meros". Y "-o santa y brutal"... debe ser -oh, santa...". Como no puedo comparar con otra edición, así queda.

lunes, octubre 23, 2023

Tienanmen

 



Yu Hua es un escritor chino, nacido en 1960, en el cruce de rutas de la China de Mao y la de Deng. A pesar de tener problemas con la censura del partido comunista, vive en China, o al menos es lo que se desprende de las escasas noticias suyas que se pueden obtener. Es el autor de la historia que Zhang Yimou llevó al cine (Vivir!), inicialmente prohibida en China. Lo conocí por su libro "China en diez palabras", donde dedica un ensayo a diez palabras que a su juicio definen a China hoy: cada una de ellas alude a algo que caracteriza fuertemente algún aspecto de la vida y la sociedad china moderna. La primera de esas palabras que analiza es "Pueblo", y a propósito de ella hace una crónica de la matanza del 4 de junio de 1989  en Tiananmen:

A finales de mayo regresé a Zhejiang por un asunto familiar y el 3 de junio tomé el tren de vuelta a Pekin. (...) En aquel momento tenía la impresión de que las protestas estudiantiles parecían prolongarse como una maratón y me costaba imaginar cuándo acabarían. Pero al despertarme a la mañana siguiente. ya a punto de llegar a Pekin. la megafonía del tren empezó a sonar y supe por la excitación del locutor que el ejercito había entrado en la plaza de Tianganmen

Tras los disparos del 4 de junio, los estudiantes de fuera de la capital o del propio Pekin empezaron a abandonar la ciudad. Recuerdo con toda claridad la escena aquella mañana en la estación atestada de gente que quería marcharse. Y mientras todo el mundo trataba de irse yo regresaba en el peor de los momentos. Me eché a la espalda mi bolsa de viaje y me encaminé aturdido a la plaza de la estación, chocando con los que entraban en tropel justo en dirección contraria. Tuve la sensación de que no tardaría en hacer lo mismo.

Me marché el 7 de junio. La línea entre Pekin y Shanghai se había suspendido temporalmente porque un tren había sido incendiado, así que mi plan era llegar en tren a Wuhan y de allí coger un barco hasta mi casa en Zhejiang. Pagamos entre varios al dueño de un triciclo de reparto, que nos llevó en la plataforma hasta la estación recorriendo la avenida Chang'an. Hacía apenas unos días Pekin estaba en plena efervescencia y en cambio ahora el panorama era desolador. Apenas se veía gente por la calle y algunos coches calcinados aún exhalaban bocanadas de humo negro. Sobre el puente del cruce con Jianguomen había un tanque apostado con el cañón apuntando amenazante a unos enclenques como nosotros. Una vez en la estación, nos unimos a la aglomeración  de gente que trataba de llegar a empujones hasta la ventanilla y, no sin poco esfuerzo, conseguí por fin comprar un billete sin asiento, que eran los únicos que quedaban. Para entrar en la estación había que pasar un estricto control vigilado por soldados de guardia que, hasta que no se aseguraron de que mi cara no aparecía entre las de las fotos con orden de detención, no me dejaron pasar.

(...) Los primeros días la televisión no dejaba de de informar sobre los estudiantes con orden de búsqueda y captura que habían sido detenidos. (...) lejos de casa (...) veía la expresión de desamparo de los estudiantes y escuchaba la excitación con la que anunciaban las detenciones los presentadores, y lo que sentía era terror.

De repente un día las imágenes de la pantalla cambiaron completamente: ni más escenas ininterrumpidas sobre los sospechosos capturados ni más comentarios celebrándolo. Aunque las detenciones continuaban, los programas de la televisión volvieron a ser aquellos -que conocía tan bien- dedicados a mostrar la enorme expansión que se estaba viviendo en todas las regiones de la nación. Un día antes la voz del locutor denunciaba con vehemencia los actos criminales de los estudiantes detenidos, y ahora elogiaban entusiasmados la prosperidad de nuestra madre patria. A partir de ese día los incidentes de Tiananmen desaparecieron de los medios de comunicación chinos con la misma rotundidad con la que Zhao Ziyang había desaparecido del mapa. y no volví a oir ni la más mínima información al respecto. Como si nunca hubieran ocurrido, quedaron enterrados y olvidados bajo un tupido velo. Incluso pareció borrarse de la memoria de los que habían participado en las manifestaciones de la primavera de 1989, probablemente porque el propio peso de la vida les dejó poco tiempo para recordar el pasado. Veinte años después, la realidad nos muestra un hecho inquietante: los jóvenes chinos de hoy en día apenas saben nada de las protestas de Tiananmen de 1989, y a los que saben algo simplemente les suena que "se manifestó mucha gente en la calle"

Las fotos son algunas de las tomadas por Jian Liu, publicadas en Infobae

jueves, octubre 12, 2023

El imperio Austrohungaro

 


Era la sexta potencia económica, su población llegó a superar los 50 millones de personas, alcanzó un gran florecimiento intelectual, pero se derrumbó como un castillo de arena al terminar la primera guerra mundial. Literalmente se esfumó, y así entró en el siglo XX. A finales del siglo, nadie recordaría al Imperio Austrohungaro que fue importante a finales del XIX en las relaciones internacionales, y más en el campo intelectual: no sólo los Strauss, sino Sigmund Freud, Adler, Klimt, Kokoschka; Kafka, Musil, Zweig, von Hofmannsthal, Meyrink, Wittgenstein; Gödel, Neurath y Schlick miembros luego del círculo de Viena; en música, además de los Strauss, grandes maestros florecieron durante el imperio: Schubert,  Beethoven, Bruckner, Brahms, Schoenberg, Mahler, Webern, Berg...

Pero el imperio tenía debilidades radicales, ya desde el mismo hecho de no haber sido nunca un reinado unificado, sino dos, Austria y Hungría. Y luego su composición: una colección de pactos nacionales, herencias dinásticas, y conquistas territoriales: además de Austria y Hungría, Bohemia, Croacia, Moravia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Salzburgo, Silesia. Una población no homogénea, con checos, alemanes, judíos, polacos, croatas, húngaros, serbios, italianos, rumanos, eslavos, turcos, y sus religiones. Podría decirse que es un milagro que hayan crecido y evolucionado cultural, científica y económicamente con Viena, Budapest y Praga al frente durante años: un crecimiento más allá de lo que el imperio hiciera. 

Dos autores, Allan Janik y Stephen Toulmin, en su trabajo "Wittgenstein's Vienna", analizan el breve período de tiempo (sesenta años lo son) en que el reinado de Francisco José I de Habsburgo-Lorena administró el imperio: una descripción detallada de una sociedad donde la nobleza convivió con una burguesía empresaria que irrumpió entonces con un liberalismo creciente. Janik y Toulmin muestran una sociedad corrupta, de doble moral, hipócrita, sensual, con crecientes tensiones religiosas y raciales. En su análisis, describen cómo las confrontaciones políticas entre nacionalismos, socialdemócratas, comunistas, odios raciales y religiosos, no sólo anticipan los enfrentamientos que dispararon la primera guerra  mundial, sino que explican la inestabilidad de toda la región, tanto durante la dominación rusa posterior a la segunda guerra, como la desaparición de Yugoslavia y las guerras locales posteriores. Describiendo la acción de los dirigentes políticos de la época, Janik dice que "quizá la más extraña paradoja de la vida vienesa es el hecho de que tanto la "solución final" del nazismo (Georg von Schönerer), como el estado judío del sionismo (Theodor Herzl) , no sólo brotaron aquí, sino que además tuvieron similares orígenes".

Estas tensiones forman parte del inicio de la primera gran guerra, y son el material con el que se produjo la caída del imperio: un mando debilitado por la muerte de Francisco José, descontento y huelgas en las ciudades, y la dispersión y disolución de los ejércitos, con soldados que se amotinaban o desertaban y volvían a sus territorios. Pasada la mitad del año 1918, la disolución del imperio era un hecho: los eslavos de Zagreb forman un consejo independiente, Polonia se integra y reunifica, Austria se declara república, ajena al imperio, Croacia y Eslovenia se declararon una unidad independiente, y sumaron a los reinos de Montenegro y Serbia, los checos y los eslovacos se unen con Bohemia y Moravia. y finalmente Hungría abandona el reinado y se declara república. Así, en pocos meses, toda la construcción social y económica de un imperio pasa a ser sólo un recuerdo, reducido a las naciones que lo formaban, ahora aferradas a sus propios centros económicos, y a los recursos que pudieran proveerse. 

¿Y qué fue de sus escritores, científicos, artistas? Wittgenstein, soldado austro-húngaro voluntario en la guerra, condecorado varias veces, cayó prisionero casi a su término, y pasó nueve meses en un campo de prisioneros italiano. Cuando fué liberado, el imperio no existía y Austria era una república. Un hermano suyo, oficial del ejército, se suicidó cuando sus tropas se negaron a luchar y desertaron. Robert Musil fue reclutado desde el comienzo de la guerra, sirviendo en el comando del ejército, volviendo a la Viena ya republicana. Sólo abandonó Viena cuando el nazismo hizo imposible la vida en Austria (su esposa era judía). Este mismo fue el camino de Freud, salido de Viena después de que su hija fuera interrogada por la Gestapo, y se quemaran sus libros públicamente. Cuatro hermanas suyas murieron en campos de concentración. El camino del exilio también fue el destino de Wittgenstein y sus colegas del Círculo de Viena, aunque Moritz Schlick no tuvo esa oportunidad. Kafka no participó en la guerra por su estado de salud primero, y luego por la tuberculosis declarada. Su vida no se alteró mucho, comprometido en su trabajo en una compañía de seguros, y no llegó a ver el nazismo en acción (muere en 1924), pero de alguna manera lo alcanzó: sus tres hermanas murieron en campos de concentración veinte años después, como su amada Milena (Jesenská) enviada al campo de concentración de Ravensbrück, muerta en 1942. El pintor Kokoschka, por su parte, participó en la guerra en la caballería austríaca, fue herido, y al término salió del país, a Dresde en Alemania. En 1931 volvió a vivir a Viena, pero en el interín, su obra fue calificada como degenerada por el nazismo, y se mudó a Praga y tomó la ciudadanía checa. En 1938, ante la inminente invasión nazi a Checoslovaquia, se mudó a Inglaterra por el resto de la segunda guerra mundial. Luego de algunos años en Estados Unidos, se radicó finalmente en Suiza, donde murió en 1980. Ya nunca en Viena o Praga... Y un último recordado: Stefan Zweig, de orígen judío pero no practicante, en la guerra fue empleado del ministerio de guerra, hasta exiliarse en Suiza. Volvió a Austria al terminar la guerra, a Salzburgo, hasta que comenzó a ser hostigado como judío alrededor de 1934. Su libreto de una obra de Richard Strauss fue vetado y la obra prohibida. Transladado a Londres, ya nunca volvería a Austria. En 1942 se suicidó con su esposa en Brasil, en la creencia de que el nazismo alemán ganaría la guerra y establecería su orden a nivel mundial.

En fin, cuando veamos la obra de estos intelectuales, no deberíamos perder de vista el contexto en que vivieron y padecieron. Cuando pensemos en la Europa central, recordemos que representan aún un foco de inestabilidad, como si viviéramos al pie del Vesubio. Lo saben bien en Sarajevo o Srebrenica.

La imagen, Achille Beltrame, Public domain, via Wikimedia Commons