De Francisco López de Gómara - “Historia General de las Indias”, Dominio público, |
Así como López de Gómara sigue el viaje alrededor del mundo de Magallanes, así también describe con mucho detalle los primeros años del descubrimiento y colonización de América por parte de España. Es cierto que existe una "leyenda negra" acerca de la colonización española, que oculta hipócritamente la inglesa, portuguesa, holandesa, francesa, pero no se puede negar que la entrada española en América no siguió los cánones de la diplomacia europea de entonces. Más aún, cuando la expedición de Magallanes encontró en Asia poderes de cierto peso, su actitud no fue de avasallamiento, sino de llegar a negociar preferencias comerciales y acuerdos de mutua ayuda. Leer en la pluma de un contemporáneo y compatriota las reglas de hecho de tratamiento de las poblaciones encontradas de "las Indias" debería moderar las opiniones en defensa de la conquista. No comparto sin embargo las opiniones indigenistas comunes en partidos populistas americanos hoy, que desconocen una sociedad de más de quinientos años, y conducen a conclusiones absurdas: ¿a quién le damos el sur, a los tehuelches, o a sus invasores mapuches? ¿echamos a todos los negros de Africa o indúes, japoneses y chinos llegados como esclavos? ¿Chilenos y argentinos deberían integrarse en el imperio inca?
Pero dada la conquista como un hecho irreversible, el "nuevo mundo", a poco de asentar poblaciones y estructuras, tuvo un aspecto que prefiguró el futuro. Consolidado un sistema administrativo, militar, comercial, las directivas reales comienzan a exigir el cumplimiento de normas relativamente benignas en el tratamiento de la población indígena, limitando la acción de los encomenderos. Y también, la fiscalización real del cumplimiento de la reserva y entrega de los tributos del imperio. Estando el rey lejos, el cumplimiento de normas quedaba reducido a lo mínimo disimulable, creando un ambiente de desconfianza y desapego. Los jefes locales, sean adelantados, gobernadores, audiencias, se convierten en jefes de partido, asociados con encomenderos y otros beneficiarios de repartimientos, y luchan por el poder local, sea donde sea. Y estos jefes confabulan, crean alianzas, e intrigan contra otros poderosos locales, y todos contra los delegados reales, llegando a extremos de guerra civil, como la lucha por el poder en Perú ¿Caciques y taifas? Por un momento, por cincuenta años, es lo que parece verse. La distancia a España y Europa, y las grandes posibilidades de enriquecerse, crearon una clase de dirigentes deseosos de mantener sus ventajas. Luego, en la medida en que la administración real pudo organizar y consolidar el sistema de virreinatos y capitanías, estos ecos se amortiguaron y se fue dando lugar a una sociedad regular.
En Perú se llegó en poco tiempo a la guerra civil. Una verdadera guerra que duró más de doce años, provocada por la "malicia y avaricia de los hombres", en palabras de Lopez de Gómara. En su historia, dedica a modo de epílogo de la descripción de la larga guerra, un resúmen compacto de las principales muertes, que fueron muchas más:
De cuantos españoles han gobernado el Perú no ha escapado ninguno, excepto Lagasca, de ser por ello muerto o preso, lo cual no se debe echar en olvido. Francisco Pizarro, que lo descubrió, y sus hermanos, ahogaron a Diego de Almagro; don Diego de Almagro, su hijo, hizo matar a Francisco Pizarro; el licenciado Vaca de Castro degolló a don Diego; Blasco Nuñez Vela prendió a Vaca de Castro, el cual no está aún fuera de prisión; Gonzalo Pizarro mató en batalla a Blasco Nuñez; Lagasca ajustició a Gonzalo Pizarro y metió preso al oidor Cepeda, pues sus otros compañeros ya habían muerto; los Contreras (...) quisieron matar a Lagasca. También hallaréis que han muerto más de ciento cincuenta capitanes y hombres con cargo de justicia, unos a manos de los indios, otros peleando entre sí, y la mayoría ahorcados. Atribuyen los indios, y aún muchos españoles, estas muertes y guerras a la constelación de la tierra y riqueza; yo lo achaco a la malicia y avaricia de los hombres. Dicen ellos que nunca (...) faltó guerra en el Perú; porque Guaynacapa y Opangui, su padre, tuvieron contínuamente guerras con sus comarcanos por señorear solos aquella tierra. Guaxcar y Atabaliba pelearon sobre cuál de los dos sería inca y monarca, y Atabaliba mató a Guaxcar, su hermano mayor, y Francisco Pizarro mató y dejó sin reino a Atabaliba por traidor, y cuantos su muerte procuraron y consintieron han acabado desastradamente, que también es otra consideración (...)
Comenzaron los bandos entre Pizarro y Almagro por ambición y sobre quién gobernaría el Cuzco; empero crecieron por avaricia, y llegaron a mucha crueldad por ira y envidia (...) Siguieron a Diego de Almagro porque daba, y a Francisco Pizarro porque podía dar. Después de muertos ambos, han seguido siempre al que pensaban que les daría más y más pronto. Muchos han dejado al Rey porque no les tenía que dar , y pocos son los que fueron siempre reales, pues el oro ciega el sentido, y es tanto el del Perú, que causa admiración. Pues así como han seguido a diferentes partes, han tenido doblados corazones y aún lenguas, por lo cual nunca decían verdad, sino cuando hallaban malicia. Corrompían a los hombres con dinero para jurar falsedades; se acusaban unos a otros maliciosameente por mandar, por tener, por venganza, por envidia, y hasta por pasatiempo; mataban por justicia sin justicia, y todo por ser ricos. Así que muchas cosas se encubrieron que convenía publicar, y que no se pueden poner en tela de juicio, probando cada uno su intención. Muchos hay también que han servido al Rey, de los cuales no se cuenta mucho, por ser hombres particulares y sin cargos, pues aquí solamente se trata de los gobernadores, capitanes y personas señaladas, porque sería imposible hablar de todos, y porque les vale más quedar en el tintero. Quien lo sintiere, calle, pues está libre y rico; no hurgue por su mal. Si hizo bien, y no es loado, eche la culpa a sus compañeros; y si hizo mal, y es mentado, echela a sí mismo.
(López de Gómara, en la Historia General de las Indias, pagina 272 de la edición de Orbis, 1985)
Una historia anárquica y salvaje que se prolongó casi dos décadas, con etapas algo más tranquilas hasta que, con el tercer virrey designado, Hurtado de Mendoza, a partir de 1556, comenzó una administración regular que subsistió cerca de dos siglos y medio. Pero las tensiones atravesaron los siglos. La Gobernación del Paraguay ofrece otra historia parecida, no igualmente sangrienta, pero semejante en distanciamiento del reino. Estas diferencias, estas posiciones, este distanciamiento, forjaron la sociedad que condujo a la independencia. Pero Taifas y Caciques siguen siendo categorías familiares aún hoy, a ambos lados del Atlántico.
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