En los últimos dos años, dos veces volví al mito de Orfeo y Eurídice, desgarrado, oscuro, fatídico; una de las herencias entregadas por la sociedad griega a Occidente, junto a Teseo y Ariadna, Prometeo, Sisifo, Icaro, entre otras. Una historia probablemente anterior a la escritura, forjada entre la Anatolia y el mar Negro, hace quizá cuatro mil años o más. No importa si Orfeo existió, o si fue el nombre de muchos que fueron conformando la historia, componiendo partes, uniéndolas, nombrándolas, hasta que un primer Orfeo la cantó o la vivió junto a una Eurídice, su Euridice...una historia para exorcizar la muerte,
para rebelarse contra una pérdida amada...un amor, una muerte encontrada...un
viaje al reino de la muerte, del
que no se sale, para rescatar la esposa perdida, un amante desesperado tratando de arrancar a la amada
del reino oscuro, un intento de lograr la resurrección que falla casi al
retornar a la luz...porque se trata de un reino del que no se vuelve. Detrás de las palabras encarnadas y representadas por los amantes, quedan la pérdida inexorable, el Hades de la tristeza y las sombras, y la imposibilidad de retornar.
Platón, que también se acercó a Orfeo y el orfismo, usaba imágenes, como la del mito de la caverna, que mostraban indirectamente aquello de lo que quería hablar, aquello que estaba detrás de la descripción visible. Así sus antepasados quizá mil años antes, expresaron con Orfeo y Euridice el otro lado, y la imposibilidad de cruzar de uno a otro, y el desgarramiento que contiene.
Un académico español , Juan [Luis?] Gil Fernández, tiene la mejor interpretación que he leído sobre lo esencial del mito:
El mito de Orfeo simboliza, por un lado, el misterio de la muerte y la resurrección. Su protagonista es un hombre que consigue romper los condicionamientos de la naturaleza en un doble sentido: penetrar con vida donde sólo se penetra muerto y regresar de donde no cabe ya el retorno. Vivo en el Hades, «revenant» del reino de las sombras entre los vivos, en la figura de Orfeo se superponen simultáneamente los dos planos sucesivos, vida y muerte, de la realidad existencial del hombre. Por eso precisamente se encuentra en situación de revelar una experiencia única y se comprende que en él pusiera la tradición el punto de arranque del nuevo tipo de religiosidad conocido con el nombre de orfismo. (...) en el mito de Orfeo hay una trágica historia que simboliza la limitación de las capacidades humanas. Ni siquiera dos fuerzas tan poderosas como el amor y la poesía pueden nada contra la destrucción implacable de la muerte, arrebatadora de aquello que se ama, cuando todo hace suponer que la felicidad comienza. El tabú de no mirar a la esposa velada durante el recorrido de regreso a la superficie terrestre, quebrantado por un impulso sentimental de Orfeo, representa la imposibilidad metafísica, por decirlo así, de la empresa. En este último aspecto de lucha con la muerte, de expedición
a la ultratumba, el mito de Orfeo se aproxima al cuento popular y tiene remotísimos antecedentes en otras katabaseis o descensos infernales en Oriente, por ejemplo en el Poema de Gilgamés, sin que tampoco le falten correlatos en otros ciclos legendarios griegos ,y. g. los de Heracles y Teseo).
ORFEO Y EURIDICE - (VERSIONEs ANTIGUAS Y MODERNAS DE UNA VIEJA LEYENDA) , Juan Gil Fernández, en Cuadernos de Filología Clásica, 1974, número 6. Curiosamente, el autor firma Luis Gil en las páginas de su artículo. Aunque la revista lo atribuye a Juan (n.1939), en la cabecera de cada página el artículo dice Luis (n.1927). Ambos tienen el mismo apellido, son filólogos y expertos en Grecia. ¿errata?
Esta historia, retomada una y otra vez en la antiguedad, en el medioevo, en el renacimiento, en la cultura occidental, también llegó a nuestros días, y así, también al cine. Con gran probabilidad deben haber varias otras, pero sin duda las interpretaciones de Jean Cocteau y Marcel Camus logran acercarse al corazón del mito.
Como Platón hacía, tanto Cocteau como Camus recurren a una representación indirecta...en el caso de Cocteau usa una aproximación surreal, onírica,descendiendo a un Hades entrevisto en salas y pasajes sombríos, moviéndose en sueños. Los personajes se hacen tenues, transparentes, atraviesan espejos al otro reino, caminando sonámbulos...recibiendo mensajes por una radio que llama desde el otro lado.Los que están allí pierden su voluntad, y ya no son lo que fueran. Eurídice no cumple el mismo papel aquí que en el mito; en realidad su lugar lo ocupa la Muerte (María Casares), pero este desplazamiento no disminuye la fuerza del cruce al mundo de los muertos, y la sensación de pérdida.
En el caso de Camus, la historia eterna se disfraza tras las multitudes del carnaval, con una muerte que llega a través de un enmascarado que recuerda a San La Muerte, que ata el destino de Euridice a su propósito de matarla, con un descenso al otro mundo representado con un hospital lúgubre, deshilachado, sombrío, poblado sólo por los cadáveres del carnaval. El descenso al Hades es una carrera por las calles de Río con los restos del carnaval, una ambulancia, un hospital, su morgue, un guardián que registra las muertes, papeles arrastrados o quemados en sus pasillos. El recorrido termina (luego de ser admitido por Cerbero), en una ceremonia de rito bahiano, entre indígena y negro, para escuchar a Eurídice mediante una medium. Lo que a primera vista es una simple y lineal historia de carnaval, representa la felicidad y su pérdida irremediable. No hace falta que los personajes se llamen Orfeo y Eurídice.
Tras tres mil años, la deuda que tiene Occidente con Grecia no disminuye, y ésta sigue siendo un sorprendente momento de madurez y profundidad de comprensión, si dejamos de lado las referencias olímpicas. A veces me parece un relámpago aislado en nuestra historia. No sé si repetible.
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