Las memorias y las cartas son una categoría de lectura en un territorio entre la literatura, la historia y el ensayo, y las escritas por literatos y otros intelectuales o creadores son una subclase particular: una combinación de reflexiones sobre su dominio de trabajo, sea la literatura, la historia, la pintura; una vasta colección de bocetos y borradores, donde se puede ver el trabajo descartado, el interrumpido, las sucesivas aproximaciones a la obra definitiva. Y también la visión del autor sobre su época, sus contemporáneos, sus amigos y enemigos, un atajo al conocimiento de la sociedad que los rodeaba. Finalmente, sus propias preocupaciones y fantasmas, su entorno más próximo, su ego, su visión en un espejo.
Orwell en su homenaje a Cataluña, Bernanos en sus amargas reflexiones sobre la guerra civil están en ese terreno, algo que no es ficción. Los cuadernos y cartas de Kafka son un espacio contínuo de reflexiones e historias esbozadas antes de tomar forma en sus novelas y cuentos. Creo que no es posible conocer cabalmente a estos autores sin conocer estas reflexiones inmediatas, desestructuradas, no sujetas a la medida de sus obras terminadas. Hay autores cuyas cartas intercambiadas con colegas y diarios o bitácoras son tanto o más valiosas que sus propias obras, como Sarmiento. Y hay autores que han escrito en ese estilo informal, como si dialogaran con alguien cercano, como el caso de Lucio Mansilla.
Este año leí los diarios de Ricardo Piglia, Witold Gombrowicz, Franz Kafka. Creo que busco especialmente estos textos, que se pueden llamar documento o literatura. Con Piglia se trata de algo más, porque he tenido una sorprendente, extraña cantidad de puntos de contacto...hemos sido en mucho contemporáneos: Piglia algunos años mayor, pero es como si hubiera marchado con unos pocos años de diferencia por escenarios y situaciones relacionadas, semejantes. Sin duda que la coetaneidad tiene que ver, pero haber salido de Buenos Aires a Mar del Plata más o menos a las mismas edades, haber pasado por los mismos sitios, y quizá, bastante probablemente, cerca de las mismas personas. Piglia salió de Adrogué, a donde yo luego iba frecuentemente. Piglia vivió algunos años en Montes de Oca y Martín García, en Barracas, a trescientos metros de donde nos mudamos seis o siete años después. Hemos compartido más de un conocido, yo algunos años más tarde, y en peores circunstancias que las suyas. Hemos compartido dos ciudades, sus calles, sus cafés, sus librerías. He leído las más de mil páginas de su diario a tiempo completo, en pocas semanas, frustrado porque sus apuntes disminuyen drásticamente a partir de 1983. Creo que lo leeré una segunda vez, anotando.
Su lectura me ha hecho revivir el recuerdo de personas, amigos y conocidos de la Universidad, nombres que se me han olvidado y caras a duras penas mantenidas en la memoria. Unos años intensos, de lecturas y conversaciones interminables. Probablemente la vida universitaria tuvo mucho que ver, en años que fueron de mucha actividad, de cruzar ideas y proyectos, algo usual durante todo el siglo XX en las aulas, aunque desde finales de los cincuenta la actividad cultural y política fue creciendo y enrareciéndose progresivamente, pasando de discusiones teóricas y encuentros informales a la forja de proyectos políticos y asociaciones contrapuestos, y en el borde del sistema. Piglia rememora o mejor dicho, extrae de sus cuadernos de notas estados, acontecimientos y reflexiones que son muy detallados en ese crescendo que va desde los fines de los cincuenta, a través de los sesenta, y hasta poco más allá del cierre violento, salvaje y tenebroso de los años setenta. Así, en sus notas David Viñas se va desdibujando a través de ese recorrido, empalideciendo a medida que avanzan los setenta. Beatriz Sarlo, Juan José Saer, Andrés Ribera, Daniel Moyano salen de sus escritos y atraviesan ese tiempo con nuestras mismas preocupaciones. El cierre del anteúltimo tomo de sus diarios deja un mundo en "noche y niebla", y lo que retoma en su último diario está como despegado y distanciado: La experiencia de todos puede rellenar ese vacío.
Creo que entiendo sus memorias, extensas entre los años sesenta y ochenta, y apagadas desde entonces, porque coinciden con nuestra propia experiencia. Hay algo que se ha perdido en Argentina, algo se ha apestado. No reconozco el país de hoy, muy lejos del que describe Piglia en aquellos sesenta. O en todo caso, la anemia, la tosquedad, la brutalidad, ya estaban...pero algo ha desaparecido, algo se ha quebrado y ya no es ni recuerdo.
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