A propósito de ésto, Alejandro Rebossio escribe un clarificador artículo en La Nación de Argentina:
Guerra de monedas: un juego de poder que definirá el nuevo orden económico mundial
CHENGDU, China.- "Las personas del Partido Comunista tienen que trabajar más activamente", dice un cartel rojo impecable, con letras chinas amarillas e ilustrado con la hoz y el martillo del PC, en la fábrica de turbinas de generación eléctrica de Dongfang Electric Machinery, una empresa de Deyang (sudoeste de China) que factura US$ 1000 millones anuales, un tercio de ellos en el resto de Asia, Europa, Africa y América. Debajo del cartel, un rotor como los que se instalaron en la segunda hidroeléctrica más grande del mundo, la de las Tres Gargantas, en China, y unos empleados de mameluco azul y casco amarillo. El salario mínimo de los obreros de Dongfang es de $ 771 mensuales y el promedio de todos los empleados, $ 1978. En una industria pesada como esta, la mano de obra no pesa tanto en los costos totales, pero igualmente una apreciación mayor del yuan podría perjudicarla. "Ya nos afectó cuando en junio se eliminó el tipo de cambio fijo con el dólar, pero no tanto porque la mayoría de las materias primas vienen de afuera", comenta uno de los vicepresidentes de la empresa. "Por supuesto que si el dólar se aprecia mucho, eso afectará nuestros ingresos, porque afectaría nuestra competitividad en los mercados externos", añadió.
(...)
Estados Unidos, que acusa desde hace años a China de mantener subvaluada su moneda para estimular sus exportaciones y, por ende, el empleo, ha dejado depreciar el dólar para competir mejor y evitar así una recaída de su economía. Otros países no han querido quedarse atrás y han adoptado medidas para depreciar también sus billetes. Tales son los casos de Japón, Brasil, Corea del Sur, Taiwan, Malasia, Tailandia, Filipinas, Suiza, Reino Unido, Colombia y Perú. El ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, fue quien le puso nombre al fenómeno: "guerra de monedas". No sería una guerra por quién es el más fuerte, sino por quién cuenta con la moneda más débil.
Los países ya libraron una guerra de monedas en la Gran Depresión de los años 30. A las devaluaciones competitivas para alentar la exportación y desincentivar la importación se les llamó políticas para "empobrecer al vecino" y terminaron derivando en un aumento tal del proteccionismo que la economía global se hundió aún más.
Aquel recuerdo ha vuelto en la actual Gran Recesión, no tan nociva como la de los 30, pero de la que los países desarrollados apenas están saliendo a ritmo anémico y con un desempleo desolador. Por eso es que EE.UU., Japón o el Reino Unido buscan devaluaciones competitivas que los emparejen un poco con las naciones emergentes, que se recuperan en forma vigorosa.
Pero muchos países en vías de desarrollo tampoco quieren verse perjudicados por una sobrevaluación de sus monedas. En la Argentina, el ministro de Economía, Amado Boudou, dijo que el país no participará de esta guerra. Pero si el peso sigue estable frente al dólar irá acompañando su depreciación y evitando el encarecimiento que la llegada de capitales está provocando a todos los mercados emergentes, pese a los controles de capitales. Sucede que como EE.UU., Japón y el Reino Unido han bajado a casi cero sus tasas de interés para alentar el crecimiento (la eurozona no, porque está más preocupada por la inflación), los inversores buscan mejores rendimientos en países en vías de desarrollo, que entonces ven que sus monedas se aprecian y terminan por adoptar controles de capitales o sus bancos centrales compran divisas.
"La recuperación heterogénea entre los países ricos y los emergentes impide la normalización monetaria", opina Osvaldo Ramos, director de Comercio Internacional de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y uno de los panelistas de la primera cumbre empresarial entre esta región y China, que organizó el jueves y viernes en Chengdu el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
"Hay un estímulo al ingreso de capitales a nuestra región, que puede ser excesivo y desordenado. Nuestros países necesitan controles de capitales, porque la apreciación excesiva de la moneda desalienta la competitividad, estimula el déficit de cuenta corriente y desalienta la diversificación de las exportaciones, concentradas en materias primas", advierte Rosales.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), que durante décadas predicó contra los controles de capitales, ahora los defiende con la fe del converso. Tenía planeada una reunión de presidentes de bancos centrales de Asia el pasado lunes en Shanghai, pero unos días antes invitó a los homólogos del resto del mundo a propósito de la guerra de divisas, un fenómeno que como tal fue negado por su director gerente, Dominique Strauss-Kahn, y el secretario del Tesoro de EE.UU., Timothy Geithner.
Strauss-Kahn admitió que los controles de capitales podían servir, pero también sugirió la baja de la tasa de interés -una medida que países como Brasil rechazan porque están preocupados por su inflación, aunque no sea de dos dígitos, como la de la Argentina-, la acumulación de las reservas -al estilo de los Kirchner, mediante la compra de los dólares que ingresan en el país- o un ajuste de la política fiscal.
El jefe del FMI advirtió sobre la falta de cooperación entre los países para afrontar lo que ha dejado la crisis mundial. De hecho, hace dos semanas, en la asamblea anual del FMI, nadie se puso de acuerdo ante la incipiente guerra de monedas. "El espíritu de cooperación debe mantenerse. Sin él, la recuperación está en peligro", advirtió en Shanghai.
El G-20, el grupo de potencias ricas y en vías de desarrollo creado a fines de los 90 para afrontar problemas financieros mundiales (la Argentina pertenece a él desde entonces, cuando era un supuesto ejemplo de mercado emergente), ha ido perdiendo el ímpetu reformista con el que había empezado a domar el estallido bancario de 2008, pero ahora deberá calmar los alistamientos para la guerra de monedas. Hasta ayer y durante dos días, los ministros de Economía del G-20 (incluido Boudou) participaron en Gyeongju, Corea del Sur, de la reunión preparatoria de la cumbre presidencial que se celebrará el 21 y el 22 de noviembre en Seúl.
Un reclamo con historia Desde hace años, China, que el año pasado se convirtió en la segunda economía mundial, recibe cuestionamientos de la número uno, EE.UU., por el yuan subvaluado por lo menos 20% y que deriva en un elevado superávit de cuenta corriente (sobre todo, comercial) del gigante asiático y en un déficit del mismo concepto de la superpotencia.
Pero el reclamo contra China, al que se ha sumado también la Unión Europea, se ha colado en la campaña para las elecciones legislativas norteamericanas del próximo 2 de noviembre. Ante el elevado desempleo que promete castigar en las urnas a los demócratas del presidente Barack Obama, sus diputados han impulsado un proyecto de ley que permite imponer barreras a productos de países con monedas devaluadas. Con el voto de muchos republicanos, la iniciativa recibió media sanción. Hay datos que demuestran que EE.UU. ha perdido empleos en los sectores en los que las exportaciones chinas aumentaron más, como laptops , monitores y celulares, según un informe del banco JP Morgan.
Al día siguiente de las elecciones, el Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal (Fed) estadounidense decidirá el aumento de la relajación monetaria. Así lo viene prenunciando en las últimas semanas, lo que ha llevado a un deterioro del dólar en los mercados y a la consiguiente apreciación de las materias primas (que cotizan en dólares), desde el oro (habitual refugio ante la inestabilidad financiera) hasta el petróleo, los minerales y los granos, como la soja y el maíz.
La relajación monetaria de EE.UU. también abarata su deuda, nominada en dólares, y cuyo principal tenedor es China. Este país usa las reservas que acumula para comprar los confiables bonos del Tesoro norteamericano y, de paso, sigue devaluando así el yuan."No nos sigan presionando con lo del valor del yuan", dijo el primer ministro de China, Wen Jiabao, en una reciente visita a Bruselas. "Los márgenes de ganancias de nuestras empresas exportadoras son muy pequeños y pueden desaparecer si se gravan nuestros productos, tal como amenazan los estadounidenses. Si China entra en una turbulencia económica y social, será un desastre para el mundo", añadió Wen.