Reproducido por El Diario Exterior el 11 de agosto de 2007, publicado en La Nación. Reportaje a cargo de Loreley Gaffoglio a Santiago Kovadloff:
"Somos un país atrapado en modelos ineficaces y obsoletos. Nuestra transición a la vida democrática está incompleta. Salimos del autoritarismo de Estado, pero no del caudillismo y del autoritarismo personal."El Diario Exterior, de la Fundación Iberoamérica Europa, suele ofrecer buen material de análisis sobre el mundo Iberoamericano, no hallable en otros medios con facilidad.
Con un diagnóstico crudo, el ensayista y filósofo Santiago Kovadloff no rehúye a las complejidades de la coyuntura política ni escapa a profundos dilemas existenciales.
Acaba de publicar el libro Los apremios del día, editado por Planeta, en el que reúne sus columnas quincenales publicadas en el suplemento Enfoques de LA NACION. Son cerca de 60 artículos en los que subyacen los grandes temas filosóficos vinculados con la actualidad, el progreso, las problemáticas del medio ambiente, la ética y la vida institucional del país.
Allí, con la claridad y hondura que caracterizan su prosa, Kovadloff hilvana un retrato posible del país y del mundo, a la vez que cimenta la propia autobiografía de su proceso reflexivo. En una entrevista con LA NACION, profundiza su visión y advierte que nuestras instituciones necesitan afianzarse. "Debemos generar un grado de interdependencia entre los adversarios políticos. La Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de la presunción de que el fragmento reemplaza a la totalidad". Y añade: "Progresar es revertir estos problemas con un alto grado de comprensión sobre el porqué de nuestra inactualidad, de nuestra pérdida de protagonismo en el mundo".
-¿Cuáles son las causas del retroceso?
-Nuestros problemas son graves y provienen de una repetición pretérita. Estamos más cerca del pasado que del porvenir; totalmente desactualizados; sin un norte que nos guíe al desarrollo. Las instituciones y la democracia tienen un papel más aparente que real. Estamos más cerca de la simulación que de la autenticidad, y nuestra organización política descansa más sobre el temperamento que sobre la ley.
-¿Qué estamos simulando?
-La consistencia cívica que no tenemos. No hemos capitalizado el fracaso, que es poder reflexionar sobre las razones por las cuales la Argentina perdió contemporaneidad. Es urgente un esfuerzo desde lo político y de nuestras instituciones para entender las causas por las cuales la ética se divorcia del ejercicio del poder, y por qué éste queda asociado a un hegemonismo intolerante.
-¿Cuáles son las urgencias por las que se debería empezar?
-La Argentina necesita mayor integración regional; un sentido más profundo de interdependencia entre sus partes. Para eso, hace falta un Estado que tenga proyectos de mediano y largo plazo. Necesitamos instituciones independientes e interdependientes; eso hoy no ocurre. Necesitamos una reforma política fundamental capaz de brindarle al país mayor diálogo entre sus partes. La Argentina aún no ha dado el paso fundamental hacia la sociedad del conocimiento, que viene dado no sólo por el desarrollo tecnológico sino por la conciencia de lo que es formar ciudadanos. Si reconciliamos la ética con la eficacia; el poder político con el conocimiento; la educación con el compromiso civil, tendríamos manifestaciones de una conciencia de desarrollo sin la cual el país está condenado a parecer una facción.
-En su libro, hace una encendida defensa del "conocimiento conjetural". ¿Puede explicarlo?
-Llamo "saber conjetural" al que, sosteniendo con convicción la defensa de principios, valores e hipótesis, está dispuesto a entender que en su propia concepción de las cosas no se agota la comprensión de la verdad; que hay margen para que otras perspectivas, valores y creencias puedan matizar con su propia razón la nuestra. Pero no significa una tolerancia escéptica. Quiere decir que todas las partes son imprescindibles para formar un conjunto; buscamos una cultura orquestal, sinfónica, abierta a la idea de la integración para contrarrestar uno de los males fundamentales de la sociedad: la fragmentación, la diáspora del conocimiento en una infinidad de especialidades discontinuas que no aspiran a buscarse unas a otras, sino a imponerse unas a otras. Existe también una hegemonía epistemológica. Hay disciplinas e ideologías que aspiran a concentrar en sus manos la totalidad del saber, lo cual, además de falso, es peligroso. Lo mejor es tener parte de razón y no toda.
-¿No son las grandes potencias las que reforzaron ese paradigma?
-Uno de los males de nuestro tiempo es el que resulta de la pérdida de valores universales; es decir, consensuar. Las democracias más desarrolladas en tantos órdenes objetivos no necesariamente lo están en los órdenes subjetivos y morales. Hoy, los países del Primer Mundo son de cuarta desde el punto de vista de la capacidad emblemática de representar grandes valores éticos y espirituales.
-¿Cuál es el riesgo del rechazo a las diferencias dentro de un escenario globalizado?
-Es algo dramático. Hemos logrado una integración significativa en lo tecnológico y económico, pero estamos atrasados en lo ético y en el valor de la diferencia. Necesitamos que la globalización esté orientada a una sensibilidad mucho más planetaria, abierta a una conciencia clara de la interdependencia entre partes de un mundo que tiene su riqueza en la diferencia y no en la homogeneidad.
-¿Qué debates importantes se nos escapan?
-Hasta Perón sentía la necesidad de tener planes quinquenales; es decir, trabajaba con un concepto del tiempo a mediano y largo plazo que hoy está ausente. El peronismo es espectral; el radicalismo, también, y el pensamiento, de modo general, es anémico. Las figuras que hoy tienen responsabilidad política en la Argentina deben alentar la idea de que el pensamiento está llamado a cumplir un papel transformador en nuestra visión del país. Mientras esto no ocurra, el coyunturalismo va a llevar a un creciente escepticismo social.
-¿Por qué los intelectuales alzaban sus voces mucho más en los años 80 que ahora?
-Porque entonces creímos que el pasaje del autoritarismo a la vida democrática merecía una dedicación incondicional. Hoy somos más cautos con la adhesión a un liderazgo determinado. Pero la capacidad de debatir lo político en el marco de la vida intelectual para mí está viva. Los intelectuales consideramos que la dimensión de lo político puede ser riesgosa, pero es imprescindible. No es posible que la cultura se despliegue a expensas de la política.
-¿Cuál es el déficit más peligroso de nuestra dirigencia?
-La falta de educación. Son especialistas en un campo o en otro, pero un hombre o una mujer de cultura es mucho más que un experto en un campo determinado. No podemos seguir contando con una dirigencia paternalista, autoritaria, demagógica, con líderes que provienen del ejercicio de la corrupción y de la impunidad de la corrupción. Pero esa transformación se tiene que dar gradualmente en la sensibilidad colectiva. La Argentina fue capaz de generar una clase media que honró la noción de ahorro, de trabajo y de previsión. Podemos recuperarlo sólo en la medida en que entendamos por qué perdimos el rumbo. Y perdimos el rumbo porque pusimos el poder político al servicio del oportunismo y no del desarrollo.