Cuando comenzaron las guerras de independencia (a partir de 1810), España llevaba más de trescientos años en América, y alrededor de 274 en Argentina, si contamos como inicio la primera fundación de Buenos Aires (en 1536), y un poco menos si la cuenta la hacemos por la ocupación estable, con la fundación de Asunción en 1537, y la de Santiago del Estero en 1553 por la corriente colonizadora del norte. En esos doscientos setenta años corrió mucha historia, en América y en España. Para 1776, año en que se creó el virreinato del Rio de la Plata, su territorio constituía un espacio común e intercomunicado, dependiente del virreinato del Perú, cuyas grandes distancias de hasta dos mil kilómetros hacían de Buenos Aires, Asunción o Santiago de Chile, regiones casi autónomas.Se trataba de una sociedad cerrada, con escaso o nulo contacto con la cultura e ideas de otras potencias europeas, con monopolio económico, que cuidaba celosamente de la injerencia política, económica o cultural de los rivales europeos, particularmente Portugal, Inglaterra, Holanda, Francia. Para esa época, Lima, Cochabamba, Oruro, La Plata, Buenos Aires, eran ciudades atractivas para la llegada de familias españolas a establecer sus negocios con España desde allí, o a iniciar emprendimientos de comercio, mineros o agrarios, además de funcionarios destinados a América desde España. Una sociedad criolla basada en españoles afincados en América, emparentados con nativos guaraníes, aymarás, quechuas, se movía entre estas ciudades por sus negocios y creaba una clase acomodada, con acceso a puestos de la administración virreinal. Las nuevas generaciones desarrollaban sus estudios en las Universidades americanas (Cordoba, Lima, Santiago de Chile, Cuzco, Chuquisaca, Concepción), o , si sus posibilidades lo permitían, viajaban a estudiar a la metrópoli. A la vez, familias españolas, como los Álzaga, movieron su residencia a América, especialmente a Buenos Aires a partir de la mayor flexibilidad comercial abierta coincidiendo con la creación del virreinato. Durante el siglo XVIII se produce un ingreso reducido pero contínuo de extranjeros europeos, especialmente italianos, franceses, portugueses, ingleses, irlandeses, como el caso de los jesuitas Falkner (inglés), Cardiel y Strobel (austríaco), Santiago de Liniers (francés), la familia Périchon de Vandeuil (franceses), el médico irlandés Thomas O'Gorman, Guillermo Pablo Thompson, padre de Martín Jacobo, primer marido de Mariquita Sanchez, Domingo Belgrano, italiano, padre de Manuel, por nombrar algunos conocidos.
Cuba y Brasil eran fuertes centros agrarios, donde se desarrollaron grandes plantaciones de caña de azúcar y algodón con mano de obra esclava, que consumía la carne salada de las pampas, sea legalmente llevada o mediante contrabando. La ganadería en la pampa obtuvo volumen e independencia en el comercio con estos centros. Buenos Aires era puerto de llegada de barcos negreros ingleses (en uno de los cuales Thomas Falkner llegó a la ciudad como médico de abordo). El comercio de esclavos existía desde el siglo XVII por lo menos, fuera autorizado o no: era una buena excusa la llegada de un barco con carga que estuviera averiado, o con una plaga, o cualquier razón que obligara a dejar amarrar en el puerto de Buenos Aires, y que se liquidara la carga mientras se reparaba al barco. Este movimiento comercial fue uno de los principales causantes del interés por Buenos Aires y Montevideo de negociantes españoles y de toda clase de orígenes. Hay mucho más para hablar sobre el contrabando, la decisión de crear el Virreinato del Rio de La Plata, y la aparición de nombres portugueses, ingleses y franceses rondando las puertas de Buenos Aires, que requieren foco aparte.
Estando brevemente puesto en contexto, quería recordar el caso de uno de estos pobladores, que permite medir aquella sociedad: se trata de Francisco Hermógenes Ramos Mejía, que coincide con Falkner, Cardiel y Strobel en su interés por las tierras del sur de Buenos Aires, y en su acercamiento a los indios pampas de la zona de la futura Mar del Plata y las sierras de Tandil. Nunca dispuse de demasiada documentación sobre su vida, pero lo conocido es particularmente interesante. Para peor, una parte de la información que conocía está a miles de kilómetros y décadas atrás. Miro Wikipedia, y hay que hacerlo con cuidado, porque la información parece parcial y a veces, mal respaldada.
Francisco Ramos Mejía nació en Buenos Ares en 1773, hijo de Gregorio Pedro Joseph de Santa Gertrudis Ramos Mejía y Márquez De Velasco, sevillano, y de María Cristina Ross y del Pozo Silva, su madre, hija de escoceses protestantes. Estudió en Real Colegio Seminario de la Purísima Concepción de la Virgen y en el Real Colegio de San Carlos, donde estudiaba toda la sociedad porteña. En 1797 partió al Alto Perú, a estudiar en la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca, y ese mismo año comenzó a trabajar en un cargo en una población cercana, Tomina. En 1801 fue nombrado Juez subdelegado en la Provincia de Pacajes, del departamento de La Paz. por el Virrey Arredondo.
En 1804 Francisco se casa en La Paz con María Antonia de Segurola y Roxas, de 15 años de edad, hija de Sebastián de Segurola Çelayarán y Oliden y María Josefa Úrsula de Rojas y Foronda. María Antonia aporta al matrimonio una cuantiosa dote en moneda, joyas y propiedades. Es que este Sebastián de Segurola, nacido en 1740, natural de Azpeytia en Guipúzcoa, muerto en 1789 siendo para entonces gobernador intendente de La Paz, había sido en 1780 uno de los principales represores del movimiento de Túpac Amaru con instrucciones directas del Virrey de Perú. De toda la confianza de las autoridades virreinales, llegó a ser tercer suplente del virrey Nicolás Antonio de Arredondo, en el nuevo Virreinato del Rio de La Plata. Visto lo que luego sucede en Buenos Aires, es muy probable que la experiencia de la represión de la terrible sublevación de Tupac Amaru, así como la visión diaria de la vida de los nativos haya hecho reflexionar a Francisco.
En 1806 muere el primer hijo del matrimonio, y deciden partir a Buenos Aires, vendiendo todas sus propiedades, emprendiendo un largo viaje con personal de sus haciendas y doscientos esclavos desde La Paz en Alto Perú a Buenos Aires. Estos dos años son muy convulsos en la ciudad, debido a los dos serios intentos formales de los ejércitos ingleses de tomar el control de la ciudad. No se puede descartar el peso que sobre su actividad hubiera tenido la resistencia local a la invasión. Sin duda, estos dos años forjaron las instituciones que en 1810 hicieran caer al virreinato. El hecho es que en octubre de 1808, hay registro de su presencia en Buenos Aires, al comprar una gran extensión de campo en cercanías a la ciudad: seis mil hectáreas compradas al hacendado, Comisario de Guerra y Juez Real Martín José de Altolaguirre. La estancia Los Tapiales está en pleno estado de explotación, como lo describe la escritura de la compra. En ella trabaja tres años, asumiendo en 1810 tareas en el Cabildo rebelde (primero Regidor, luego juez de menores, luego alférez real y finalmente alcalde provincial), hasta que en 1816 abandona toda participación en actividad pública.
A partir de 1811 se inician los acontecimientos que marcan la divisoria entre Francisco Ramos Mejía, y muchos otros hacendados de la pampa: el trato a los indios. En este año, Francisco se interna en el desierto con una partida de personal de su estancia encabezada por su capataz, José Luis Molina, intérprete de lenguas indígenas y soldado de muchas batallas en el sur. Cruzan el río Salado, frontera de los dos mundos, y se dirigen a negociar a la laguna Kaquel Huincul. Allí compran a los indios pampas 64 leguas cuadradas de tierras en 10000 pesos fuertes: si una legua eran aproximadamente 5,5 kilómetros, una legua cuadrada serían unos 30 kilómetros cuadrados, y 64 leguas, 1920 kilómetros cuadrados, es decir 192000 hectáreas. Es la primera vez que alguien compra tierra a los indios, reconociéndoles su propiedad, al menos su usufructo. El acuerdo no acaba aquí: Ramos Mejía invita a todos los pampas que quisieran a fijar sus tolderías en estas tierras, y los alienta a cultivar: Allí aprendieron a sembrar utilizando el caballo para arar, cosecharon trigo, cebada y maíz, y plantaron árboles (cedros, robles, castaños y frutales). El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía. Los aborígenes podían abandonar la hacienda en cualquier momento, ninguna servidumbre los ataba a la tierra o a su dueño. Por otro lado, aquellos que prefirieron no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito [En wikipedia]
A la disposición de Ramos Mejía hacia los indios, se le debe agregar su posición religiosa, una visión personal de la vida cristiana lejana a la doctrina católica, y más próxima al protestantismo, influenciada por el jesuita chileno Manuel Lacunza. Ramos Mejía puso en práctica sus ideas, aplicándolas en la vida de las tribus en sus campos. La distancia a la vida religiosa ordinaria de Buenos Aires, el acercamiento a las tribus pampas, y la molestia de los ganaderos por la amenaza a sus negocios, no sólo generaron rumores, sino que fueron creando las condiciones para darle un golpe a su influencia.
Ramos Mejía llamó a la nueva estancia creada "Miraflores", como otra que la familia Segurola poseyera en Alto Perú. En 1815 recibió la autorización de la compra de las tierras, pero otorgadas "en merced"; sólo en 1819 recibe la propiedad de la tierra. Al formalizarse la compra, encuentra la oposición de Juan Manuel de Rosas, preocupado por la influencia de Ramos Mejía en las tribus indias. Andando los años, la política de Rosas se acercó a estos criterios; pero en 1819 Ramos Mejía era una excepción que contravenía la actividad de los ganaderos.
1820 fue un año de graves problemas políticos en Buenos Aires, y el gobierno bonaerense trató de liberarse de compromisos en el sur para atender los que sí afectaban entre caudillos provinciales. Así, el gobernador Martín Rodríguez se propuso, contando con Ramos Mejía, alcanzar un acuerdo de paz con los indios. Las conversaciones se realizaron en la estancia de Miraflores. El 7 de marzo de 1820, en representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el gobierno de Buenos Aires el Tratado de Paz de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a devolver la hacienda robada, pero los blancos debía respetar los bienes de aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.
Fue firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Tretruc, Pichilongo, Cachul y Limay, y por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía. [En Wikipedia]
Pero hacia finales de año, la montonera del chileno José Miguel Carreras (Carreras merece un trato aparte) efectuó malones en algunas poblaciones de la provincia, Lobos y luego Salto, y esto fue la excusa del gobernador Martín Rodriguez para destruír Miraflores. Armó una partida de represalia, y en lugar de dirigirse contra la montonera de José Miguel Carrera, que se retiraba hacia San Luis, realizó un ataque contra las tribus amparadas en Miraflores: cuando Rodríguez destacó una fuerza con objeto de capturar a los indios de Miraflores; “éstos trataron de defenderse, pero el Sr. Ramos los disuadió de ello asegurándoles que él conseguiría su libertad. Los indios se rindieron y fueron conducidos prisioneros. Al día siguiente D. Francisco Ramos se dirigió en busca del general con el objeto de obtener la libertad de los indios, y en el tránsito encontró en el campo los cadáveres de más de 80 de ellos. Cuando llegó al campamento se le dijo que habían intentado resistir durante la marcha y había sido necesario usar de las armas [Alvaro Barros, en su libro Fronteras y Territorios Federales en las Pampas del Sur]. Ramos Mejía y su familia son intimados a volver a su estancia de Tapiales, apartándolos de Miraflores. Dice Gabriel Muscillo: Agustín de Elía asegura tener vivo en su memoria el relato de Magdalena Ramos Mexía, hija de Ramos Mejía y abuela suya. Según éste, al enterarse de que el
heresiarca y su familia debían abandonar la estancia por orden del Gobierno, algunos grupos de indios, que representaban a los caciques de las tolderías de Ailla Mahuida y Marí Huincul, se presentaron espontáneamente en Miraflores, disgustados y apenados. FH “los recibió en su casa y los tranquilizó, asegurándoles que nada grave le pasaría, dando de inmediato las órdenes para emprender el viaje. Como muchas tribus querían seguirlo hasta Los Tapiales, se convino en que sólo un pequeño número lo acompañaría, algunas tribus a guisa de escolta únicamente hasta las cercanías de Ranchos; y desde allí, muy pocos indios llegarían al punto final". [Gabriel Muscillo, Francisco Hermógenes Ramos Mexía, El Hereje de las Pampas]
Aquí se termina la historia de Ramos: aunque siguió administrando sus estancias, ya no salió de Tapiales, donde continuaron conviviendo con tribus amigas hasta su muerte durante una plaga en 1828. Un último hecho, quizá legendario, sucede con su muerte. Este es el relato de Gabriel Muscillo:
“El mismo día de la muerte de Ramos Mexía su familia inició trámites para darle descanso en un sepulcro edificado en el parque de su chacra. [Como hereje, la Iglesia prohibía estrictamente su inhumación en tierra consagrada, en camposanto]. Dos días con sus noches pasaron sin lograrse el consentimiento para la inhumación. Transcurría ya la tercera noche y Ramos Mexía continuaba entre cuatro hachones en una de las estancias de su casa. Imprevistamente, cuando ya clareaba, ocho indios pampas, de los que llegaron con él desde el desierto y acampaban desde entonces en ‘Los Tapiales’, entraron silenciosamente en el cuarto del túmulo, tomaron la caja en la que Ramos Mexía yacía y marcharon con ella hasta el portalón. Allí la posaron en una carreta y detrás de ella formaron cortejo con toda la indiada que estaba de guardia. El indio boyero movió su picana, chillaron los ejes y la lerda carreta inició su marcha, entre cercos de tunas y plantas esbeltas, con rumbo al desierto. Los indios amigos montados en pelo, con el sol ya alto, cruzaron el río Matanzas y en señal de honra y a sones de duelo siguieron al carro que escoltado entonces por cañas tacuaras y gritos de teros, se perdió a lo lejos.” Mucho nos gustaría suscribir esta poética noticia sobre el destino de los restos de FH. Sin duda, se merecía un funeral indio como el descrito. Sin embargo, Enrique Ramos Mejia cita una libreta con apuntes domésticos, que FH llevaba escrupulosamente, y en la que alguien anotó: “Falleció Francisco Ramos Mejía, 25 años y 10 meses después de su casamiento, alcanzado por la misma fiebre que llevó a sus hijos. Sus restos fueron llevados a su última morada con la modestia y serenidad que él había deseado.” Dicho autor, descendiente directo del Profeta de las Pampas, y que se basa en documentación familiar hasta entonces inédita o poco consultada, nada más agrega sobre el sitio de sepultura.Que documentación usé:
Wikipedia, en este caso poco fundamentada.
El artículo recopilado por Carlos F. Bunge en Geni, una web de estudios genealógicos
El articulo de Gabriel Muscillo, Francisco Hermógenes Ramos Mexía, El Hereje de las Pampas, y sus referencias a Alvaro Barros, Enrique Ramos Mejía , José María Pico, José María Bustillo, Clemente Ricci
El artíclo de Miguel Ángel Scenna, Un Fraile de Combate: Francisco de Paula Castañeda, en Todo es historia, Año XI, Nº 121, BA, junio de 1977, un poco recordado y otro poco en Muscillo
La base de datos DB~e, de la Real Academia de la Historia.