Del artículo de Daniel Arjona, en El Confidencial, 14/02/2019:
Ocurrió en Cambridge en 1929 y fue el examen oral de doctorado más extraño de la historia de la filosofía. En el tribunal examinador se sentaban dos luminarias: Bertrand Russell y G. E. Moore. El estudiante que comparecía ante ellos era un exmilitar austriaco de 40 años que llevaba diez trabajando como maestro de escuela. Sus inicios habían sido fulgurantes, legendarios, pero, tras publicar su primera obra, decidió "haber resuelto definitivamente todos los problemas del pensamiento", regaló su fortuna familiar y desapareció para ganarse la vida "con un trabajo honrado". Ahora, ya cuarentón, no tenía medio de vida alguno y se presentaba ante aquellos examinadores que tan bien le conocían y le observaban intrigados. Pero se trataba de un examen, el alumno había presentado como tesis doctoral precisamente aquel mítico y muy oscuro primer libro suyo, y estaban obligados a hacerle preguntas al respecto. ¿Qué había querido decir exactamente aquí? ¿Y aquí? ¿Y aquí? El examinado intentó explicarse, balbuceó, sudó... pero nadie nunca había expresado ideas semejantes a las suyas, ¿a santo de qué seguir esforzándose? Harto, Ludwig Wittgenstein se levantó, se acercó al estrado, dio unas palmadas en el hombro a Moore y a Russell y pronunció esa frase con la que desde entonces sueñan todos los estudiantes de filosofía que defienden su tesis: "No se preocupen, sé qué jamás lo entenderán". Le aprobaron, claro. ¿Qué otra cosa podían hacer?
Y esta conversación:
En 1919, el autor del 'Tractatus Logico-Philosophicus' es un joven trágico que ha visto cómo se suicidaban tres de sus cinco hermanos, que ha combatido en la Primera Guerra Mundial -y ha sido hecho prisionero- con osadía temeraria, siempre en primera línea de fuego, y que decide renunciar a una fortuna familiar de cientos de millones de euros. Cuando su querida hermana Hermione le replica que poner todo su talento a funcionar a medio gas como maestro de escuela es como usar un instrumento de precisión para abrir cajones, Ludwig Wittgenstein le contesta con otra símil dolorosamente hermoso: "Y tú, hermana, me haces pensar en una persona que mira a través de una ventana cerrada y no puede explicar los movimientos peculiares de un transeúnte; no sabe que fuera hay un vendaval y que a ese hombre acaso le cuesta mantenerse en pie".
Daniel Arjona, a propósito del libro "Tiempo de Magos. La gran década de la filosofía 1919-1929" de Wolfram Eilenberger.
La fotografía, en El Confidencial