Carlos Fresneda, en El Mundo, recuerda la primera edición de 1984 a partir del libro de Dorian Lynskey. Fresneda, en Londres, toma a Donald Trump como ejemplo de la vigencia de 1984. Sin embargo, no es necesario cambiar de país o continente para ilustrarnos de su completa actualidad: cualquier rueda de prensa o declaración de objetivos del gobierno actual sería una verdadera cantera de ejemplos. No faltará mucho tiempo para que finalmente recolectemos decenas de iniciativas dispersas en la Secretaría del Pensamiento Correcto, o algo semejante. Y no es casualidad que Orwell comenzara a forjar su idea durante su participación en la guerra civil española.
Copio el artículo de Fresneda, que describe muy bien la génesis del libro.
La novela 1984 cumple 70 años en plena era de la posverdad
La obra de George Orwell, que asentó el género de la distopía y anticipó un futuro de control social (con términos como "Gran Hermano", "neolengua" o el "Ministerio de la Verdad") cobra nueva vidaA Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) no acababa de gustarle el título de El último hombre en Europa. "La idea del libro es buena, pero la ejecución podría haber sido mejor, si no estuviera escrito bajo la influencia de la tuberculosis", advirtió de antemano a su editor, Fred Warburg, que quería un título más comercial. "Me estoy inclinando por 1984",advirtió el autor, "aunque podría pensar en algo distinto en las dos o tres próximas semanas".
No le dio más vueltas, y cuando entregó el manuscrito final -aporreado en una vieja máquina de escribir desde la cama y entre las volutas de humo de sus incombustibles cigarrillos- le bastó con invertir la fecha de entrega de diciembre de 1948 por 1984. Aunque hay quienes sostienen que el año de marras es también un guiño al centenario de la Sociedad Fabiana (fundada en 1884) o un homenaje a su querido Chesterton, que ubicó El Napoleón de Notting Hill en un ficticia "realidad alternativa" de 1984 en Londres.
La suerte literaria estaba echada, el reloj marcaba la "hora trece" y Orwell ya no podría reescribir ni un solo capítulo por prescripción médica. El doctor Andrew Morland le advirtió: ese libro había consumido su salud hasta tal punto, que tenía que dejar de escribir durante un año para garantizar su propia supervivencia. Acató las órdenes, dijo adiós a Londres, se despidió también de la isla escocesa de Jura donde se había aislado del mundo para sumergirse en la escritura maratoniana de su novela definitiva y se confinó en un sanatorio para tuberculosos en los Costwolds, donde certificó en la primavera de 1949: "Todo está floreciendo menos yo".
El 8 de junio de 1949 (cinco días después en Estados Unidos) vio finalmente la luz 1984 ante la aclamación general de crítica y público. Uno de sus primeros lectores fue el mismísimo Winston Churchill, que aseguró habérselo leído dos veces de un tirón. Al autor de Homenaje a Cataluña y Rebelión en la granja le llegó el eco lejano del éxito a la cama del hospital.
Sacó fuerzas para volver a casarse con Sonia, en quien muchos han querido ver a Julia, la salvación personal de Winston en 1984: "El cuerpo de ella parecía estar derramando su juventud y su vigor sobre el de él...". Al fin y al cabo, la muerte de su primera esposa, Eileen, en 1945, había acentuado en Orwell ese pesimismo vital que arrastraba desde su experiencia directa de la lucha de fratricida de la izquierda en la Guerra Civil.
"Estoy escribiendo un maldito libro que trata sobre el estado de las cosas si una guerra atómica no acaba con nosotros", confesó mientras estaba en el rapto literario. "Otro problema añadido es que tiene muchos neologismos", bromeaba ante sus editores en el momento de justificar sus retrasos.
Orwell no tardó en sucumbir bajo el peso del Gran Hermano, de la neolengua, de doblepensamiento, de la policía mental, de los "dos minutos de odio" y de tantos hallazgos verbales que forman ya parte del imaginario universal. El autor de 1984 murió el 21 de enero de 1950, a los 46 años, al cabo de 227 días de la publicación de la que figura ya como una de las obras inmortales del siglo XX (por mucho que Harry Bloom y Milan Kundera lo consideraran "un panfleto político disfrazado de novela").
Y en esto llegó Donald Trump, en los convulsos devaneos del siglo XXI, y catapultó las ventas de 1984 un 9.500% hasta encaramarlo al número uno en EEUU a los pocos días de su investidura. El presidente norteamericano siempre podrá alegar que son fake news y que él prefiere aferrarse a los "hechos alternativos", en una puesta al día de la neolengua. A su paso por Londres, cuando dijo no haber visto ("¿dónde están?") a los más de 50.000 manifestantes que le esperaban a las puertas de Downing Street dio una nueva muestra de su técnica orwelliana, que tocó techo durante su famoso discurso en julio del 2018, cuando dijo ante la multitud vociferante: "Lo que estáis viendo y lo que estáis leyendo no es lo que está ocurriendo".
"Trump no es exactamente el Gran Hermano, pero Orwell lo habría reconocido como algo cercano", escribe Dorian Lynskey en El Ministerio de la Verdad, el libro consagrado a la doliente escritura de 1984 y a todo lo que vino después, incluida su increíble proyección en la era de la posverdad. El Gran Hermano se parece posiblemente más a Vladimir Putin o al presidente chino Xi Jinping, que tanto celo ha puesto esta misma semana en reescribir la historia y en enterrar la masacre de Tiananmen.
1984 no fue la primera distopía; el propio Orwell se reconoció deudor del ruso Yevgeny Zamyatin y Nosotros. Pero el año en que fue publicada, en plena posguerra y bajo el espectro nuclear, le dio sin duda un trasfondo histórico que vuelve a cobrar vigencia cada dos o tres décadas.
"Más que un profecía, 1984 sigue siendo una advertencia", escribe Dorian Lynskey. "Durante la Guerra Fría, se asoció con el miedo al totalitarismo. En los años 80, fue un aviso sobre los excesos de la vigilancia y la tecnología ("I'll be watching you"). Hoy en día, en medio del auge del populismo y los nacionalismo, es ante todo una defensa de la verdad".
"El concepto de la verdad objetiva está desapareciendo del mundo", escribió Orwell, tras su lacerante experiencia en la Guerra Civil española, a la que acudió impulsado por el idealismo de su juventud: "¡Alguien tendrá que parar este fascismo!". Lo que el autor de 1984 no llegó a presagiar, según Dorian Lynskey, es esta detonante mezcla de "cinismo y credulidad", amplificada por las redes sociales y con la generosa contribución de la inteligencia artificial. Bienvenidos a la era del "Deep Fake", en la que las imágenes falsas son manipuladas para parecer reales, mientras las imágenes reales se descartan como falsas...
También el artículo de Mar Padilla , mencionado arriba a propósito de la presencia de la guerra civil en el pensamieento de Orwell, y publicado en El País, está motivado en el libro de Lynskey. No está de más leerlo.