En Argentina, una parte importante del periodismo, al menos la parte visible, la parte aceptada, la parte comentada, luego de la caída de la última dictadura militar, es decir, en los últimos cuarenta años, se hizo rabiosamente militante. Luego de una larga primera ola de "nunca-mases", se forjó por años, un estilo de trabajo y de "docencia" que describe creo que con acierto Leonardo D'Esposito, particularmente hablando de CQC:
Mario Pergolini era el irreverente de la radio. Bueno, parecía: era divertido e incorrecto en Rock&Pop a diferencia de su primer coequiper, Ari Paluch. En TV había hecho Rock&Pop TV y La TV ataca antes de que, finalmente, surgiera Caiga Quien Caiga. CQC era un noticiero satírico, en principio, un programa de humor. Ese humor tenía como blanco el gobierno de Carlos Menem y algunos apuntes sociales que hoy podrían considerarse “cancelables” (desgraciadamente). Había mucho del “Weekend Update” de Saturday Night Live y Pergolini, Eduardo De la Puente y Juan di Natale tenían no poco de histriónicos: Pergolini el irónico, De la Puente el loco, Di Natale el cool. Los noteros (ahí surgieron, lo saben, Andy Kusnetzoff, Daniel Tognetti y Daniel Malnatti, entre otros) se metían en todas partes, rompían protocolos y hacían preguntas incómodas. Se reían de todos sin distinción ni, esto es básico, diferencias. Estaba bien en parte: implicaba romper con el respeto debido a lo que se supone que es la autoridad.
Pero generó el hecho de que nadie merecía respeto. Nadie. Salvo quizás Fidel Castro (¿recuerdan con qué reverencia se le acercó Tognetti?). En otro sentido, aquellas notas no tenían nada de periodístico: de hecho, Pergolini rechazó una nominación a los premios Martín Fierro en esa categoría. Pero, y aquí está el otro problema, miraba el mundo desde arriba, como un permanente objeto de burla. La razón, el pensamiento correcto, la mirada justa estaba en los conductores. Por otro lado, una vez que el truco quedó perfectamente establecido, los entrevistados se prestaban a la canchereada boba, o a fingir una indignación impostada. En algún sentido, los burlados se burlaban de los burladores y recuperaban –o adquirían– algo nuevo: impunidad ante el periodista. No olvidemos aquel momento en el que Tognetti le preguntó a Felipe Solá, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires: “¿Cómo hay que hacer para permanecer ocho años en el poder?”. La respuesta de Solá fue, mientras colocaba un habano en su boca y miraba fijamente a la cámara: “Hay que hacerse el boludo”. Esos escasos cinco segundos están grabados a fuego en la historia de la televisión y del periodismo argentino. En el segundo caso, fue la prueba de que el poder, a ese periodismo, lo había derrotado.
¿Qué importancia tiene este panorama pensando en España? Como en otros aspectos, es que la historia de la ruina de Argentina debe servir para aprender y evitar...lo que allí vemos debe servir para reconocer los resultados a largo plazo de un camino que se construye paso a paso, cada día un poco peor.
Me pregunto si lo que D'Esposito describe (y solo es parte de la historia) sucede todavía en Argentina. Pero justamente sus palabras no son retrospectivas, sino presentes.